Capítulo 15

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Los días iban pasando muy rápido, la relación entre Gena y Rodolfo cada vez se hacía más fuerte, cosa que, si bien ella sabía que lo quería

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Los días iban pasando muy rápido, la relación entre Gena y Rodolfo cada vez se hacía más fuerte, cosa que, si bien ella sabía que lo quería. No podía evitar dejar de sentir los nervios que sentía cada vez que él la abrazaba o besaba.

—¿En qué piensas? —preguntaba doña Ernestina. Acercándose a su hija quien estaba en la terraza con un libro en manos, pero claramente con su mente en otro lado.

—En Rodolfo —suspiró.

—Pues esa es una buena noticia, ¡qué bueno que pienses en tú novio!

—No lo sé mamá.

—¿Qué es lo que no sabes?

—Siento que quiero a Rodolfo, pero siempre que me abraza, me besa, me da miedo. No te voy a mentir y decirte que igual que al principio, pero a pesar del tiempo ese sentimiento no se me quita, anoche intentó bajar su mano un poco más allá de la cintura y sentí mucho miedo, demasiado para ser sincera.

—Eso es normal hija, todas sienten lo mismo cuando el hombre que uno quiere intenta algo más, es un nerviosismo inexplicable.

—Pero es que lo mío no son nervios inexplicables. Es miedo mamá, cuando me toca tiemblo. Me he estado acostumbrado y hasta cierto punto intento hacerme a la idea que es normal, porque siento que lo quiero. Rodolfo se ha portado muy bien conmigo, pero tampoco es una sensación con la que quiera vivir.

—Créeme hija, lo que tú sientes lo sentimos todas. Y, únicamente desaparece después del matrimonio, que te vas acostumbrando a las muestras de cariño de pareja.

Gena no quedó muy convencida con las palabras de su madre, pero recordó las veces que su hermana Linda le hizo conocer los miedos que sentía antes de casarse, y  los cuales hasta ese día al parecer habían desaparecido porque no había ido a visitarlas. Justo se habían pasado los días que le dijo a su madre e irían ese mismo día a saludar.

—En dos horas salimos, recuérdalo. Estoy demasiado emocionada por ir a ver a tú hermana —agregó doña Ernestina, regresando adentro de la casa y dejando a su hija en la terraza.

Cuando llegaron a la casa de los Albellán, Rosario fue quien las recibió y les indicó que le iría a avisar a la señora Linda que estaban allí, doña Ernestina no cabía de la curiosidad por ver a su hija pues ya había pasado buen tiempo de no verla. Desde que se casó, se fue de luna de miel, las cuales se convirtieron en vacaciones, y tenía una semana de haber regresado y aun así no había logrado recibir ninguna noticia sobre ella.

—Hola mamá —saludó Linda muy contenta y feliz de ver a su madre y hermana allí.

—Estoy muy molesta contigo. Pero estoy muy feliz de verte también —la abrazó doña Ernestina—. ¿Por qué no has ido a vernos?

—Lo siento mamá, pero como sabes ahora soy una mujer casada y no me quiero dar el lujo de andar en la calle sola sin mi esposo.

—¿Qué dices? ¿Eso qué tiene que ver?

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