Capítulo 50

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—Eso no puede ser así William, Rodolfo ha llegado a un límite que no se puede permitir —insistía Linda

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—Eso no puede ser así William, Rodolfo ha llegado a un límite que no se puede permitir —insistía Linda. 

—Lo sé mujer, lo sé. ¿Pero qué quieres que haga? ¿Qué lo rete y nos pongamos en riesgo? 

—No, eso sería lo peor. 

—Jamás debí pedirte algo como eso. 

—Yo acepté William, y estamos juntos en esto. 

Linda lo abrazó. 

Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, ese secreto que guardaban y les aterraba era justo lo que los estaba uniendo por primera vez. 

En casa de los Peñalver había un profundo silencio, incluso la bebita ayudaba a que no se rompiera. Don Flavio estaba encantado con ella, como si de su nieta se tratara. En realidad ya la había adoptado en su corazón. 

—Deberías dormir —decía doña Ernestina.. 

Entraba sigilosamente a la habitación de Gena. 

—No puedo, estoy muy preocupada por mi hijo. No sé cómo está pasando la noche mamá. 

—A estas horas debe estar en el quinto sueño, ya casi pasamos de las doce. 

—Lo que está haciendo Rodolfo es muy cruel. 

—Sí, mucho. 

—También me preocupa Ricardo, no dejaron que lo vieran y eso me suena mal. Me preocupa que esté herido o algo, los guardias hablaron sobre un problema pero no dieron más detalles. 

—Gena —pausó doña Ernestina—, yo quiero pedirte perdón. Jamás debí permitir que te casaras con ese desgraciado. 

—No fue culpa tuya, fui yo quien aceptó. 

—Sí pero... sé perfectamente que estabas deprimida por la supuesta muerte de Ricardo y me aproveché de todo eso para manipularte y presionarte. Incluso me aproveché de la enfermedad de tu padre para hacerlo. 

Doña Ernestina se veía muy arrepentida. 

—No tienes que pedir perdón mamá, tú solamente hacías lo que creías correcto. Yo fui la tonta que aceptó, y ahora es a mí a quien le toca dar la cara en todo. Tú estás haciendo mucho al dejar que me quede aquí. 

—Sí pero...  Gena yo, yo, yo sabía de la posible existencia de Ricardo y no dije nada, también fue la que pagó para que anularan tu matrimonio con él y así si aparecía no pudiera reclamar nada. 

—¡¿Qué dices?! 

—Gena perdóname. Pero me enteré justo el día de tu boda. Luego que me echaste, vino un hombre a pedir dinero, no estaba seguro de que fuera él y yo estaba convencida que había muerto. Estaba preocupada por la salud de tu padre que temí por él, así que me encargué de que el hombre no dijera nada y terminara la búsqueda. 

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