Capítulo 6

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Durante la visita de William y la tan agradable plática que tenía su madre, hermana y cuñado, Gena apenas participó con unas cuantas palabras

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Durante la visita de William y la tan agradable plática que tenía su madre, hermana y cuñado, Gena apenas participó con unas cuantas palabras. No podía evitar dejar de mirar a aquel joven afuera de su casa. Sentía pena y vergüenza por experimentar semejantes sentimientos: alguien como ella.

Su corazón palpitaba a mil por hora. Intentaba ocultar cualquier exaltación que levantara la sospecha de alguno de los que estaban allí. Si bien estaban en una época moderna, la cultura que tenían por su estatus social era muy apegada a la de siglos pasados. Además, contaban con una madre que se había quedado en una época prehistórica. Pensaba mucho sobre la importancia de un hombre en la vida de una mujer: sobre las apariencias, la pureza de una joven y otras cosas más. Con la situación que había pasado, como persona se sentía bien, pero como mujer, sentía que no estaba completa. Por eso mismo, muchas veces rechazó a muchos pretendientes. Se sentía juzgada y culpable; sentía vergüenza por lo que le había pasado y no creía ser digna de alguien.

Justamente por eso, era la vergüenza de sentir aquella emoción por el joven que estaba afuera. Después de mucho tiempo, era la primera vez que tenía la oportunidad de sentirse de la forma que se sentía: atraída.

Ricardo, por su parte, era un joven completamente despistado, con una gran responsabilidad en sus hombros que no le permitían siquiera tener la malicia de sentir aquellas inocentes miradas; cualquier otro las hubiera notado. Claro que Gena fue de su agrado. ¡Cómo no! ¡era hermosa! Sus ojos grandes y negros, piel trigueña, pelo muy bien cuidado que se notaba en su brillo, de buena estatura y de porte elegante. Era quizás un poco más llenita que cualquier otra, pero justamente eso era lo que le daba un toque de hermosura y la distinguía de las demás.

—¿Tú qué opinas hija? —le preguntaba doña Ernestina.

—Perdón, ¿Sobre qué?

—Parece que has estado en cualquier lugar, excepto aquí.

—Solamente me distraje por un momento.

—No te preocupes —dijo Linda—, hablábamos sobre el número de invitados, y que necesitamos a alguien que se encargue de recibirlos. 

—¿Y mi opinión en qué parte la daría?

—Justo,  en si ¿estás de acuerdo conmigo en que necesitamos contratar a alguien que se encargue exclusivamente de recibir a los invitados?

―¿Enserio quieres que opine al respecto? ―preguntó con duda.

―¡Claro!

―Tú opinión es muy valiosa ―dijo Linda.

Para ser sincera, si realmente quieren escuchar mi opinión, pienso que son demasiadas personas. Y estoy completamente convencida de que solamente la tercera parte de los invitados van a estar en armonía por el casamiento. Los demás, únicamente vendrán a criticar: la comida, el vestuario, los adornos y todo lo demás; y los que se abstienen de eso, se estarán muriendo de la envidia.

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