Capítulo 52

921 112 15
                                    

La actitud de Rodolfo no era fácil para Gena, había pasado ya una semana de la muerte de doña Aidé y de una u otra forma siempre terminaba quedándose en la gran casa que había sido de los Pittman

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La actitud de Rodolfo no era fácil para Gena, había pasado ya una semana de la muerte de doña Aidé y de una u otra forma siempre terminaba quedándose en la gran casa que había sido de los Pittman. Rodolfo en ningún momento había cruzado palabra con ella, al contrario parecía que le importaba muy poco que estuviera allí, pero eso sí, por ningún modo permitía que sacaran a los niños siquiera al patio. Estaba desentendido de todo, excepto de que existiera la posibilidad de que Gena pudiera irse con alguno de los niños. Para ese momento la bebé ya era importante para él, aunque no tanto como el pequeño Ricardo.

—Rodolfo, necesito que hablemos —decía Gena muy decidida.

Llevaba toda la mañana intentando conversar con él, sin tener ni una sola oportunidad. Le temía por lo que le pudiera hacer, y que en esa ocasión se saliera con las suyas, pero no le quedaba otra que intentar la escuchara. 

—No tengo tiempo —respondía sin prestar atención.

—Mentira, sí que lo tienes.

—No estoy mintiendo —volvía a responder, mientras tomaba una fotografía de sus padres.

—Quiero que hablemos del divorcio.

Fue suficiente para que robara la atención de Rodolfo, por lo que él inmediatamente colocó la fotografía de vuelta a su lugar.

—Haz lo que quieras, no me interesa —agregó con mucho enojo, pero manteniendo su timbre de voz sin exaltos.

—Lo imagino, pero quiero que compartamos la custodia de los niños.

—¿Qué tramas Gena? ¿Dejarme solo? ¿Cuál fue el peor daño que te he hecho para que me hagas esto?

—No estoy tramando nada, y no considero que te esté haciendo algo malo. Rodolfo, tus hijos siempre serán tus hijos, pero comprende que también son míos.

—Jamás voy a permitir que te los lleves, cualquier cosa acepto Gena, hasta que no me ames, pero no voy a permitir que te lleves a mis hijos. Mucho menos ahora que ya no me queda nada —terminó.

Sus ojos estaban llorosos, pero su coraje era más fuerte, tanto, que le impedía derrumbarse frente a ella.

Gena estaba fría, sabía que de no lograr convencer a Rodolfo todo era en vano, estando doña Aidé viva, existía la posibilidad de que ella impidiera que Rodolfo hiciera uso de la totalidad de la fortuna que heredaba. Ahora, ella muerta, nadie podía impedir tal cosa.

Pero los nervios de Gena no eran los únicos disparados en ese momento, doña Ernestina compartía la misma preocupación desde su, ahora sí, muy humilde morada, pero su desasosiego no se debía únicamente a los problemas de su hija menor, si no que se basaban más en los de su hija mayor, aquellos que ignoraba por completo, pero que su sexto sentido de mujer y madre, le decía que era un problema muy grande.

—Flavio, necesito que me lleves a casa de Linda —decía acercándose a su esposo, quien recién estaba desayunando.

—No molestes mujer, sabes que no tengo tiempo. Necesito arar la tierra para que podamos aprovechar bien la época y lograr buenas cosechas. Y la ciudad está lejos, como para perder la luz en las idas y venidas. 

CERCA DE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora