Capítulo 27

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—¿Por qué tienes esa cara? Pensé que estarías feliz por lo que hiciste ayer —reclamó doña Ernestina

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—¿Por qué tienes esa cara? Pensé que estarías feliz por lo que hiciste ayer —reclamó doña Ernestina.

Poco tiempo le duraba su timbre de voz y ánimo calmado.

—No quiero hablar contigo al respecto. Ya es un tema cerrado y me gustaría respetes mi decisión.

—¿Cómo quieres que respete semejante decisión? Gena, estamos hablando de ti, de tú futuro. No puedo creer que estés siendo capaz de dejar ir a un hombre como Rodolfo, por uno como Ricardo; del montón.

—Ya te dije, que no quiero hablar contigo al respecto. Es mi vida mamá, siéntete feliz porque lograste lo que querías con Linda, pero no vas a hacer lo mismo conmigo.

—Me tratas como si fuera una bruja, pero Gena. Mira está casa, ¿enserio crees que con ese hombre vas a tener estas comodidades? Porque estoy segura, que no tiene ni en dónde caerse muerto.

—Ese no es tema tuyo. Ya te lo dije, es mío; soy yo quién lo quiere.

Gena, no permitió que la conversación se alargara y por lo mismo, salió rumbo al hospital. Doña Ernestina se quedó sacando chispas de lo molesta que estaba, no comprendía que su hija fuera tan tonta. Y para más malestar, su esposo tampoco le prestaba oídos.

Poco a poco los comentarios de los allegados a doña Ernestina fueron llegando, cosa que resultaba ser veneno para ella. No soportaba estar en ojo del que dirán, y mucho menos por la poca sensatez de su hija, al estar involucrada con el administrador de los Durán. Noticia, que, al enterarse, que sus amigas ya sabían, casi le da un infarto.

—Eres tan hermosa —decía Ricardo.

La había llegado a traer al hospital para que almorzaran juntos.

—Sabes, nunca pensé que iba a ser tan feliz. Enserio que nunca lo pensé.

—Soy yo quien pensó que no lo sería, desde que mi mamá murió nunca había logrado tener tanta dicha, como la que tengo ahora. Y, quizás resulta algo tonto estarlo repitiendo en cada instante, pero es verdad, y no me lo puedo quedar guardado.

—Te amo Ricardo, te amo tanto.

Unas risas se escucharon. La señorita Curier, y su mamá acababan de pasar cerca. Su risa fue de burla.
«¡Que bajo has caído!» comentaron al aire.

—¿Estás bien? —preguntó Ricardo, temía que las burlas le afectaran.

—Sí, nunca me han importado las opiniones de los demás. Y no van a comenzar a importarme ahora —lo besó.

—Gena, sé que no es el momento, ni el tiempo, porque es un poco presuroso, pero... me gustaría casarme contigo en un futuro. Sé que no tengo el suficiente dinero, para darte todas las comodidades a las que estás acostumbrada, pero te prometo que lucharé para que seas feliz, y trabajaré duro para poder complacerte en todo lo que necesites.

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