Capítulo 42

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—Más te vale seas inteligente y tengas mucho tacto para decirle a tu marido que ese hombre está vivo —decía doña Ernestina muy nerviosa

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—Más te vale seas inteligente y tengas mucho tacto para decirle a tu marido que ese hombre está vivo —decía doña Ernestina muy nerviosa. 

Aún no llegaban a la casa, pero temía que para la hora que era Rodolfo ya estuviera en la casa. 

—¡Hay mamá! ¿Por qué la vida es así? ¿Por qué es tan injusta? —preguntaba Gena. 

Había mucha tristeza en sus palabras. 

—Por insensata. Solo a ti, se te ocurre ir corriendo a ver a ese hombre. 

—¿Jamás vas a entenderlo verdad? 

—¿Qué cosa? Qué tengo dos hijas tontas, ¡claro que no! Y en vez de estar pensando tanto en ese hombre, sería mejor que comiences a orar para que cuando despierte, no vaya a tener la idea de quererte buscar, porque allí sí van a ver problemas muy grandes. 

—Según entendí, Ricardo no sabe quién es, así que dudo que sepa quién soy yo. 

—¡Al menos una buena noticia! —exclamó la señora. 

Era claro que sus intereses excluían a Ricardo por completo.
Mientras que para Gena era como si su mundo se volviera a romper, se sentía en un camino sin salida o, peor aún, con salidas demasiado duras. 

Cuando llegaron a su casa inmediatamente se enteraron que Rodolfo ya estaba allí y que había llegado muy molesto y pegando de gritos. 

—¿Crees que ya sepa? —preguntó doña Ernestina muy asustada. 

—Voy a averiguarlo mamá —respondió Gena muy decidida y fue a buscar a su esposo. 

—Hija, por favor, por una vez en tu vida no vayas a cometer una tontería y eches a perder tú matrimonio. Recuerda que ahora eres madre, no hagas algo que lastime a tu hijo. 

—No mamá, yo nunca haría algo que lastime a mi hijo, a mi no se me olvida que soy madre, como a tí. Aunque soy consciente que fui muy irresponsable hoy, no lo seré más. 

Gena fue muy segura de sí a buscar a Rodolfo, cuando lo encontró, este la miraba lleno de ira. 

—Al fin te dignas en regresar —dijo muy molesto. 

—Supongo que ya sabes que Ricardo está vivo. 

—Sí, así también como que mi mujer estuvo toda la mañana en el hospital haciéndole arrumacos. 

—Claro que no. Déjame explicarte.

—No, mejor dime ¿Vienes a decirme que me dejas para irte con él? 

—No, no, Rodolfo, ahora eres tú mi esposo y respeto eso. 

—Suenas tan sincera, pero no lo fuiste Gena. Corriste a verlo —decía enfurecido.   

—Rodolfo sé que esto es difícil para ti, pero compréndeme, necesitaba saber si era él. 

—No es difícil Gena, es más que eso y compréndeme tú a mí. He luchado todo nuestro matrimonio con el recuerdo de ese hombre, dejé que mi hijo llevara su nombre y para qué, para que mi mujer salga corriendo tras él a la primera noticia de que apareció. Ni siquiera estabas segura que era él, pero fuiste con él. ¿Puedes comprender cómo me siento? 

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