Capítulo 48

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En la comisaría todo era un bochinche

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En la comisaría todo era un bochinche. Ricardo permanecía callado mientras Rodolfo ponía la denuncia, tal parecía que poco le importaba el gran problema que tendría, ya que en medio de su silencio alcanzaba a reírse.

—A ver si no se te quita esa risa con los días de encierro que te van a dar por agresión —dijo Rodolfo.

Se acercó a Ricardo con prepotencia.

—Valdrán la pena. Y ojalá no sean tantos como los días en los que tendrás la cara hinchada —respondió Ricardo con cierta sonrisa.

Rodolfo no dijo más, y salió presuroso. No había querido que nadie le atendiera los golpes. Si bien, había quedado prácticamente desmayado al momento que Ricardo lo golpeó, ya se había repuesto, aunque los golpes eran bastante notorios.

—¡Rodolfo! ¡¿Qué te pasó?! —preguntaba doña Aidé sorprendida al ver a su hijo todo ensangrentado.

Recién iba llegando. Su mamá lo había estado esperando con mucha ansiedad desde el momento en el que había salido.

—No preguntes, no tengo ganas de hablar con nadie. Voy a darme un baño —respondió con cierta dificultad.

Si bien le dolían los golpes, más le dolía el orgullo.

—Pero ¿y el niño?

—Voy a ir por él mañana.

—Rodolfo, no creo que sea conveniente está muy pequeño —insistió doña Aidé.

Corría por toda la casa detrás de él.

—No voy a discutir contigo sobre eso —puntualizó, y entrando a su habitación cerró la puerta con grosería.

Prácticamente todas las vigas de la casa retumbaron del golpe tan fuerte que le dio a la puerta.

Lo único que le satisfacía era que sabía que justo en ese momento Ricardo estaría recibiendo una muy buena paliza. Le había pagado a unos guardias para que lo golpearan.

«Vamos a ver qué tan hombre resultas, ladrón» pensaba, mientras Intentaba curarse de alguna forma los golpes.

En la comisaría, Ricardo había quedado en el suelo. Los guardias lo pateaban como si fuese una pelota, habían agarrado mucho más rabia contra él ya que al principio se defendió y los golpeó conforme se le hizo posible, pero tres contra uno no era justo, y terminaron dominándolo.

—¡Ya, basta! creo que es suficiente, si no vamos a terminar matándolo —dijo uno.

—No creo que sea problema, el señor Pittman quizás hasta pague más al ver que hicimos un trabajo impecable —respondió el otro.

—Si hubiese querido que lo matáramos lo hubiera dicho.

—Pero ¿Y si no lo dijo por pena?

—Pues como sea, problemas graves no quiero. Creo que ya tuvo suficiente y si pasa la noche es porque no le conviene petaquearse.

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