Capítulo 31

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La idea de Gena al irse a la hacienda era el poder sentir a Ricardo cerca, estuvo tan sólo dos semanas pero el mismo don Eladio le sugirió que lo mejor sería que regresara a la capital

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La idea de Gena al irse a la hacienda era el poder sentir a Ricardo cerca, estuvo tan sólo dos semanas pero el mismo don Eladio le sugirió que lo mejor sería que regresara a la capital.

Cuando recién llegó fue una alegría para don Eladio, porque Gena también significaba un recuerdo hermoso de su hijo. Como se lo dijo en un momento, jamás había visto a su hijo tan feliz, si no, hasta que la conoció. Pero su estadía si bien al principio fue de alegría los primeros dos días, los siguientes se tornaron grises y tristes. Gena lloraba todos los días, prácticamente ni salía de la habitación que había compartido con él. Y si bien, estar en la hacienda le recordaba a Ricardo, cada rincón le recordaba más, que él ya no estaba. 

—No me puede estar hablando enserio.

Estaba sorprendida por la sugerencia de don Eladio. 

—Gena, sabes que te quiero como a una hija y que sé que amabas mucho a mi hijo. Pero él ya no está, ambos lo sabemos y no puedo dejar que te encierres, he tenido suficiente con estas dos semanas. Has estado encerrada en tu habitación, llorando y esa no es vida. Ya sé que todo el mundo dice que Ricardo no hubiera querido verte así, algo que sé que es cierto. Pero... ¿Qué desearías tú para Ricardo si hubieses sido tú quien hubiera muerto? ¿Qué se encerrara o qué afrontara la vida? 

Los ojos de Gena se llenaron de lágrimas.

—No es mi intención hacerte llorar, pero yo ya soy viejo, tu eres joven y sé que ha pasado poco tiempo pero lo más valioso en esta vida es el tiempo y no creo que logres caminar hacia el futuro de esta forma.

—Don Eladio yo...

—Ayer envié una carta a tus padres, así que espero puedan enviar a alguien por ti. 

—Usted no me puede hacer esto, por favor.

—Vive Gena, vive. Atesora ese amor tan puro y tierno que sentías por mi hijo. Pero no puedo permitir que te encierre a de esta forma, Ricardo no me lo perdonaría. Pensé en llamar a tu familia, pero al haber enviado la carta, sé que tendrás un poco más de tiempo antes de que envién por tí. 

A Gena no le quedó de otra más que obedecer. Don Eladio estaba realmente preocupado por su nuera, ya que en las dos semanas que llevaba con él, lo único que había hecho era encerrarse en la habitación que compartía con Ricardo, abrazar la ropa de él y llorar. Don Eladio lo comprendía perfectamente, porque él mismo había vivido la pérdida de su esposa. Pero a diferencia de ella, él ya era mayor y tenía un hijo.

Fue directamente don Flavio quien llegó por su hija, dos días después. Aún estaba mal pero Gena era su princesa así que hizo el esfuerzo por ir, un punto a favor para que Gena no rezongara y le fuera mucho más fácil irse sin decir nada.

Estaba perdida, no sentía que hubiera lugar en el mundo en el que cupiera. Ricardo ya no estaba y era la realidad más dura a la que debía hacerle frente, así como vio hacerlo al anciano que una vez ayudó a ir a un acilo luego que su esposa falleció.

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