Capítulo 54

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La celebración seguía con normalidad, aunque se trataba únicamente del registro de la niña, Rodolfo había querido organizar una fiesta para poder presentar a su pequeña Luz Marie ante la sociedad y así se terminaran todos los chismes

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La celebración seguía con normalidad, aunque se trataba únicamente del registro de la niña, Rodolfo había querido organizar una fiesta para poder presentar a su pequeña Luz Marie ante la sociedad y así se terminaran todos los chismes.
Fue únicamente Linda quien se alteró con la llegada del hombre al que al parecer, nadie conocía.

—Sí me dices qué sucede puedo ayudarte —decía Gena.

Intentaba apoyar a su hermana pero ignoraba la razón del por qué no salía del baño.

—Nadie puede ayudarme, no comprendes.

—Si me lo dices quizás pueda de alguna manera.

—No, no tengo nada. Son solamente molestias de mi estado, tu sabes perfectamente sobre eso.

—Voy a traerte un vaso con agua entonces.

—Dile a William que venga por favor, con eso me ayudarías mucho —pidió una muy alterada Linda.

Gena estaba segura que su hermana tenía un problema muy grave ya que nunca la había visto de esa forma, pero no quiso preguntar más. Ni siquiera ella se encontraba en su mejor momento emocionalmente, sobre todo porque ya llevaba varios días de no saber nada sobre Ricardo, y aunque ya se había resignado a una vida sin él, no terminaba por acostumbrarse.

En la hacienda, muy lejos de allí. Don Eladio se preocupaba más por el trabajo tan arduo de su hijo, más que por la contabilidad que se suponía estaba haciendo.

Ricardo había quitado incluso a uno de los peones que trabajaban con ellos de su puesto, para con un hacha encargarse personalmente del corte de leña. Aquella que servía para las noches frías.

Había mucha furia en él, solamente hubiera bastado que don Eladio se acercara un poco más, para que notara que su hijo más que rajar la leña, estaba llorando. Era como si su hombría se despojaba de su cuerpo en ese momento, y solamente se dejara llevar por un llanto que lo contagiaba hasta los huesos.

—Sabes que conozco ese sentimiento —decía el señor acercándose—, lo conocí cuando perdí a tú mamá, y aunque nunca se va, llega un momento en el que aprendes a vivir con ese vacío.

—Éramos muy felices, el poco tiempo que tuvimos la dicha de serlo te consta que fuimos los más felices —respondió dejando a un lado el hacha. 

—Sí, estoy convencido de eso.

—Yo solamente quería amarla, hacerla feliz el resto de su vida. Y la perdí papá, la perdí.

—No tengo palabras hijo.

—Lo sé, porque sabes bien el por qué me rendí. Pero aún así duele papá, duele como si algo me quemara por dentro desde el día que volví y ya era de otro, y el hijo que hubiera deseado tener con ella, lo tenía con otro. Otro que tampoco merece este calvario por muy poco hombre que haya sido. Pero la amo papá, la amo.

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