Capítulo 22

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La urgencia de doña Ernestina al buscar a su hija, era que precisamente su primogénita, Linda

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La urgencia de doña Ernestina al buscar a su hija, era que precisamente su primogénita, Linda. Acababa de llamar para invitarla a su casa. Invitación que la señora no pasó por alto. Ya tenía buen tiempo que no salía de su casa, pues no había nadie realizando ninguna fiesta importante en esos días, y a las que realizaron de menor rango, tampoco asistieron, por no quererse exponer después del semejante escándalo que se ocasionó por la cancelación de la boda de Gena y Rodolfo Pittman.

—¡Apresúrate Gena! Recuerda que tú hermana ya no vive sola.

—¡Ya voy! Y de igual manera, eso no tiene nada que ver.

—Sí lo tiene. ¿Qué quieres que piensen los Albellán?

—No van a pensar nada mamá. La invitación según dijiste no tiene hora. De igual modo ya estoy lista ¿Nos vamos?

—Sí.

Cuando las señoras llegaron a casa de los Albellán, fue justamente Rosario quien las recibió. Ella fue muy amable, como normalmente lo era. Fue Gena quien sintió un poco de recelo al verla. No sabía nada sobre cuál era o fue la relación que tenía con Ricardo.

—Deja de ver tanto a la servidumbre —le llamó la atención doña Ernestina.

—Un día la vi en el hospital, es sólo eso. Pensé que tal vez alguien estaba enfermo.

—Quizás ella, aquí todo está bien al parecer.

—Hola mamá, hola hermana —saludaba Linda, después de bajar de su alcoba.

—Gracias por invitarnos a venir, sabes que te extraño demasiado y tú hermana no es muy buena conversadora como lo eres tú.

—Yo también te extraño mucho, mamá —sonrió Linda.

Gena fue cautelosa, notó, como lo hizo desde la primera vez que vio a su hermana luego del matrimonio, que se veía con menos brillo que antes. A pesar que vestía ropa mucho más fina de la que ellas mismas estaban acostumbradas a usar. Pero de igual manera, no quiso mencionar nada, y solamente agradeció por la invitación.

—¡Me encanta tú ropa! —expresó doña Ernestina con una gran sonrisa.

—Sí lo sé. Fuimos tres días de viaje y me compró muchas cosas —rió.

«Una risa tan disfrazada» pensó Gena.

—Justo compré algo para ustedes.

—¿Cómo que te fuiste de viaje? Yo no sabía nada.

—Perdona mamá, pero fue de pronto. Y como eran pocos días no quise avisarte para que no estuvieras preocupada. Te conozco y sé que, aunque estoy casada hubieras estado con el pendiente.

—Eso sí.

—¿Y tú como estás Gena? Te veo un poco diferente.

—Bien, muy bien.

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