#3: Linda Fotógrafa

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Naomy

- No insista, señorita. Ya le dije que por política del hotel no podemos darle la información que solicita. Es por seguridad de nuestros clientes.

- Por favor – insisto – Soy amiga suya. Hace unos días desapareció repentinamente y no contesta los mensajes, y mucho menos las llamadas.

- No insista, por favor – dice retirándose de su puesto de trabajo.

Mierda.

Han pasado tres días desde que vi a Sebastián por última vez; le he dejado miles de mensajes y llamadas en su buzón, pero parece ignorarlas y temo que se deba a lo del beso. Después de lo que sucedió no he vuelto a conversar con él.

- Ps...señorita.

Identifico la voz de la segunda recepcionista - ¿Sí?

La señora hace señas, indicándome acercarme – Creo que yo la puedo ayudar.

- ¿En serio? – pregunto con una pisca de esperanza.

- Sí, usted parece una buena persona.

- Solo quiero encontrar a mi amigo – digo con un tono de voz que jamás pensé usar – Es un chico alto – calculo la altura de Sebastián y me empino, tratando de describirlo – Mm... es muy delgado... ¡ah! y es pelirrojo.

La recepcionista frota su mentón y mira fijamente a un punto – Un joven de cabello anaranjado se retiró ayer; iba acompañado de una linda muchacha morena, ella parecía disgustada.

Sophie.

- ¿No dejó algún recado?

- No, simplemente ella vino, solicito conversar con él y después de minutos ambos se marcharon.

Un nudo se forma en mi estómago y garganta. Que ilusa, debo admitir que creí que una pequeña parte de mí pensó que después de aquel beso algo entre nosotros... ¿cambiaría?

Agradezco a la recepcionista y salgo del hotel.

Después de aquella noticia todo parece ir más lento, parpadeo varias veces para evitar el paso de diminutas lágrimas. ¿Cómo pude pensar en Sebastián de ese modo? Él tiene novia; era cuestión de tiempo para que regresara con la persona que realmente ama.

Estúpido sentimentalismo.

Cuando estoy nuevamente en el apartamento, me dirijo a mi habitación y me acuesto sobre la cama. Muerdo mi almohada para ahogar así algunos sollozos.

Y es que la verdad era que había empezado a cometer el estúpido error de sentir algo por quien jamás me vería como algo más que una amiga.

Después de unos cuantos días, la monotonía empezó; solía despertar muy tarde, desayunaba, navegaba por internet, almorzaba, fastidiaba a Ian, salía por las calles, cenaba y volvía a dormir.

Nunca pensé en lo que haría cuando ya me encontrara en casa, lo único que daba vueltas en mi cabeza eran todas las maneras posibles de evitar a los Hastings, siendo específica, a Ángel; lo cual, parecía rendir frutos, pues no volví a ver a ninguno de ellos desde aquel día.

Una mañana extrañamente desperté temprano; revisé mi teléfono en busca de llamadas o mensajes de mi amigo y como de costumbre: nada, por lo que me dirijo a la cocina en busca de algo que desayunar.

Al llegar escucho unas voces, una de ellas proviene de mamá, la otra no la reconozco totalmente. Discretamente, asomo mi cabeza y observo a una mujer alta y delgada, de cabellos castaños. Inmediatamente su imagen vuelve a mi mente, Helena Parks.

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