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Por la mañana, Margot y yo tenemos que correr por toda la casa para estar listas a tiempo cuando Noah llega para recogernos. Toca el claxon fuera de casa y dejo mi bowl de cereales con el de Margot en la pila. Me cuelgo la mochila al hombro y me quito el pelo de la mejilla para que papá me de un beso como hace con Margot. Las dos corremos por el jardín hasta montarnos en el coche de Noah.

—Buenos días, chicas Bomer —nos saluda.

—¡Hey! ¿Y esto? —pregunta Margot desde atrás.

—Es la sudadera de tu hermana —contesta Noah.

Margot me lanza la sudadera al regazo. Se me escapa una sonrisa boba. Ahora la sudadera de lacrosse de Noah huele a él, parece que se la ha puesto y la ha impregnado de su esencia.

Noah me mira parados en un semáforo y me desabrocha el cinturón.

—Póntela, póntela —me dice. Suena como cuando en sexto gritaba para que girásemos la botella—. Me hace ilusión.

Me desabrocho la chaqueta de deporte, la guardo en mi mochila, y me hundo en la sudadera de Noah. Se siente cómoda, casi como si Noah de verdad me abrazara.

—Me gusta como te queda. —Noah me da un apretón en la rodilla y me tiembla el cuerpo entero.

Me muevo para abrocharme de nuevo el cinturón y Noah me quita la mano de la rodilla. Espero todo el camino hasta el instituto a que vuelva a poner su mano en mi pierna, pero no lo hace.

—Noah, ¿puedes dejarme cerca de los autobuses? Chase está allí con sus amigos —le pide Margot.

A veces siento que nos aprovechamos de la situación. Noah ya ha hecho suficiente recogiéndonos en la puerta de casa como para que le hagamos dar más vueltas. Sin embargo, conduce hasta la zona de llegada de los autobuses escolares.

Margot salta entre nuestros asientos y nos da un beso en la mejilla a cada uno antes de bajarse del coche.

—Es muy energética —comenta Noah.

—No sé de dónde saca tanta energía por las mañanas.

Noah acelera hasta un espacio libre del aparcamiento. Cuando salimos del coche y nos dirigimos a la entrada, los dedos de Noah se enlazan con los míos. Caminamos por los pasillos y me siento distinta, supongo que porque he aceptado lo que la gente piensa de nosotros. Sé que se preguntan si tenemos sexo a cada rato, o si de verdad Noah está enamorado de mí y no es por llamar la atención. He aprendido a aferrarme a la mano de Noah y evitar ver como soy yo a la que miran y a la que interrogan con las miradas. He pasado de ser simplemente Sierra Bomer, a ser "la chica con la que sale Noah Müller".

Taylor está esperándome en su taquilla mientras habla con Lucas, Gabriel y Paul. Saltamos a los brazos de la otra, y en susurro me pregunta:

—¿Habéis hablado de algo de eso?

—No.

Los chicos me saludan pasándome como a una pelota de fútbol entre sus brazos. Abro la puerta de mi taquilla y dejo la mochila sobre mi muslo para guardar unos apuntes y mi estuche con rotuladores y pinceles. Noah me toca la espalda, y al girarme aplasta sus labios con los míos pillándome totalmente desprevenida.

—Tengo que ir a revisar los vestuarios. Nos vemos luego —se despide y añade—: En la cafetería. —Con ese decreto se desliza por los pasillos hasta que ya no le veo más.

Cierro la puerta de mi taquilla y Taylor y yo nos despedimos de los chicos para ir al baño. Voy con la cabeza bien alta para ver si descubro a Freya. No quiero que pase un día más y que la indecisión y el no saber sigan haciéndose una bola molesta en mi pecho. Taylor entra corriendo al baño y cuando la sigo ella ya está metida en uno de los cubículos. Me paro frente al espejo y suelto un sonido satisfactorio. Freya está a mi lado aplicándose brillo de labios con el dedo mientras se mira en un pequeño espejo de mano que sujeta. Abro el grifo del agua y carraspeo un poco llamando su atención. Cierra el espejo de golpe y se lo guarda en el neceser de mano que tiene desde hace años.

El rincón de MillardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora