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La feria anual cae en sábado, y es lo mejor, porque el viernes puedo irme de madrugada a la cama y despertarme al día siguiente lo suficientemente tarde como para haberme escaqueado de un par de horas del estrés de Margot.

Cuando bajo a la cocina, papá ya está sentado delante del horno con un café en la mano. Durante el desayuno, hecho en falta mi café matutino, pero hecho a mano no me gusta y la cafetera se ha terminado de jubilar. Margot me hace un especial de repostería, sobre un plato, me deja: un muffin, un trozo de Fairy Bread y un par de galletas de fresa y chocolate. No me termino de comer nada pese a que todo está ríquisimo.

Taylor llega a casa a las tres de la tarde. Nos prestamos voluntarias a preparar un par de tandas de brownies para que Margot deje de gritar por toda la casa que no la da tiempo. Margot nos lanza dos delantales y nos da todos los ingredientes y dos cuencos para que empecemos con el trabajo. Estoy segura de que si Margot no fuera tan competitiva, la hubiera bastado con una bandeja.

Al cabo de un Taylor está pegada al horno vigilando unos muffins de Margot, y yo estoy vertiendo la masa de la última tanda de brownies en el molde. Hay comida suficiente como para una cena benéfica. Hemos envuelto tres platos llenos de cupcakes, unas pocas galletas y Fairy Bread con papel transparente para que no se estropee la comida. Luego meteremos los platos en una caja para que no se desparramen las cosas por el coche.

Estoy repartiendo bien la masa por todo el molde cuando suena el timbre.

—¡Margot! ¡El timbre! —chillo.

Taylor me mira mientras saca los muffins del horno con dos grandes manoplas.

—¡Papá! —vuelvo a gritar— ¡El timbre!

Margot baja corriendo las escaleras con el pelo húmedo mientras se lo seca con una toalla rosa.

—Ya estaba bajando, chillona.

En cuanto Margot abre la puerta, escucho la cantarina voz de Wesley saludarla. La revuelve el pelo y Margot le regaña porque acaba de salir de la ducha.

Taylor me mira con los ojos abiertos y pronuncia un silencioso: <<¿Qué tal con él?>> Y yo agito la cabeza como diciendo que todo va bien.

—¿Cuánto tiempo lleváis haciendo alimentos poco saludables? —nos pregunta Wes entrando en la cocina.

—El tiempo suficiente como para confundir el reloj con un dónut —Taylor agarra el molde de brownies y lo mete en el horno.

—Todo sea por no escuchar los gritos de Margot.

—Al parecer estáis como yo. ¿Tenéis un poco de levadura que os haya sobrado?

Empujo sobre la mesa un par de sobres de levadura que no hemos usado, y Wesley se los mete en el bolsillo del abrigo aunque se mancha un poco.

La madre de Wesley también participa, ella lo hace todos los años, y sé que por hacerla feliz, Wesley y su padre también participan para no dejarla sola.

Wesley se frota las manos y nos mira.

—¿Sobre que hora iréis?

Taylor y yo nos miramos, pero es Margot la que grita desde el piso de arriba:

—¡En una hora estamos allí!

Wes agita la cabeza asintiendo y se despide.

—Pues nos veremos por allí. Adiós, chicas.

—¡Adiós, WesWes! —chilla Margot.

En cuanto abandona la casa, Taylor dice:

—Le sigues gustando.

El rincón de MillardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora