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Por la tarde, después de las clases, Taylor y yo nos reunimos con el comité del baile en el taller de artes plásticas. Hemos juntado cuatro mesas para poder escribir la pancarta de bienvenida. Emer nos observa desde otras mesas en las que está supervisando que unos chicos hagan bien los agujeros a los carteles de promoción para que podamos colgarlos con cuerda.

—Haz las letras más grandes, Sierra. Y estilizadas —me dice con desdén.

Taylor y yo nos miramos. Para suerte la nuestra sólo habíamos empezado el trazo de la primera letra. Estamos midiendo con dos reglas enormes lo que a Emer Ness le parece que es el tamaño perfecto de las letras, cuando llaman a la puerta y Noah mete medio cuerpo dentro de la clase. Emer le intercepta antes de que entre por completo. Está de brazos cruzados tras recolocarse sus gafas de pasta roja y alargada.

—No podéis estar aquí, Müller —le dice.

—Venimos a ayudar, Nessy —suena como un hechizo de persuasión. Seguro que así consigue la mejor comida de la cafetería.

Emer es muy calculadora. Tengo un par de clases con ella y siempre te mira sobre el hombro para comprobar que su nota es mejor que la tuya.

Pasados unos segundos y con todos mirando a lo que pasa, Emer dice:

—En media hora os quiero fuera y de vuelta con vuestros músculos.

Entonces, Noah entra en clase con su uniforme de lacrosse y todo el resto del equipo detrás de él. Juraría que son patos. Noah camina delante de todos ellos como si fuera la mamá pato y el resto de chicos los siguen hacia mí. Después de que nos saluden a Taylor y a mí, veo como se esparcen por todo la clase para ayudarnos con los preparativos.

Noah me pasa el brazo por los hombros y me da un rápido beso. Intento quitarme la goma del pelo. Estoy segura de que Noah nunca ha salido con una chica que tiene unos rotuladores enganchados en el pelo y el peor moño de la historia.

—Estás guapa así —susurra. Se quita la sudadera del equipo y la camiseta de manga corta se le sube hasta los abdominales—. A ver, ¿en qué os puedo ayudar?

Creo que estoy viendo a Nina Foster sonrojarse desde el otro lado de la clase.

—Ummm... Tenemos que escribir las letras muy grandes y pintarlas de negro para decorarlas con purpurina y estrellitas pequeñas —digo.

Noah asiente con la cabeza y llama a un par de chicos de su equipo. Les pide que nos ayuden y ellos ni siquiera se quejan. Me pregunto si ese es el efecto Müller o es sólo porque es su capitán.

Taylor me agarra del brazo y nos separamos a un costado de la mesa para organizar las brochas y los botes de pintura.

—En estos momentos es agradable la popularidad de Noah —comenta ordenando las brochas de más pequeñas a más grandes. Yo destapo todos los rotuladores comprobando que funcionan. En un susurro que apenas puedo escuchar, dice—: Te mira demasiado, como un acosador.

No me molesto en girarme, sé que lo hace porque siento el hormigueo en mi nuca.

—Tú le miras igual —añade Taylor.

Me pongo a su lado y de reojo miro a Noah. Ha sacado sus gafas de ver de cerca y se encorva sobre las mesas cayéndole algunos rizos por la frente. La camiseta de manga corta se le pega a los músculos de los brazos. Giro la cabeza para verle mejor y me pilla viéndole. Como si no hubiera sido nada, empiezo junto a Taylor a repasar con rotulador negro las letras que los chicos han hecho. Aunque es difícil hacerlo sintiendo como Noah me respira en la nuca.

—Creo que Sierra necesita espacio para trabajar —le dice Emer a Noah—. Espacio, espacio.

Veo a Noah, de reojo, que levanta los brazos en el aire y se pone a repasar con nosotras las letras. Emer está en el extremo de la mesa supervisándonos y mojando un poco las puntas de los pinceles. Nos mira como si pensara que en cualquier momento fuera a saltar sobre Noah y a montar una escena pornográfica sobre la pancarta.

El rincón de MillardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora