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Isabella Romanov.

Toda esa noche me la pasé llorando, llorando por todo. Lloré porque no entendía nada sobre mi padre y el por qué no podía tenerme algo de afecto como el que le tenía a mi hermana mayor, Candace. Lloré porque aún seguía  asustada por mi supuesto secuestro. Y lloré porque me dolía todo el cuerpo y acababa de perder mi virginidad, lo único preciado de mi miserable vida, con un imbécil que no lo merecía, a quien no le había importado en lo absoluto como me podía sentir después de aquello y que jamás me creyó alguien digna de un buen trato. Imbécil.

Me dolía demasiado, me dolía allí abajo y mis piernas también. Apenas podía moverme. Jamás consideraría que aquello fue una violación. Justin se detuvo, y yo fui la tonta que le dijo que siguiera. Aún así todo sirvió para darme cuenta de que a él ni siquiera le importaban un poquito los demás, aunque eso yo lo sabía desde que lo conocí. Me sentía tonta y más tonta aún porque a pesar de que era un estúpido asqueroso, lo seguía encontrando igual de atractivo y sensual que siempre.

Lloré varias horas. Hasta que dieron las seis de la mañana y sentí un portazo. Justin se había marchado nuevamente y quizás no volvería hasta la noche. ¿Cómo habrá dormido? Era una estúpida por preocuparme, pero aún así me preguntaba si él tan solo se había dado cuenta de lo imbécil que se había comportado y que me había hecho daño, aunque la respuesta ya la sabía. A él no le importaba nadie más que él mismo.

Sin dormir nada y aún con el pelo mojado, volví a tomar otra  ducha. Solo quería dejar de sentir el ardor entre mis piernas y dejar de sentirme sucia, no sucia por haberme acostado con Justin. Sucia de no valer nada.

Mi cara estaba horrible, tenía unas ojeras de muerte, mis párpados inflamados como unos ojos de rana y mis ojos verdes a penas se notaban, estaban rojos.
Ni siquiera me molesté en maquillarme. Me vestí con lo primero que encontré y me digné a comer algo. Era el último día que permanecería en aquella ciudad, gracias a Dios. Aprovecharía de disfrutar la vista por última vez, sabía que pasaría bastante tiempo hasta que volviera a poner un pie en Inglaterra.

Creo que aquel fue el día más largo que pase en Inglaterra. La tristeza, el dolor y el aburrimiento, hicieron todo más torturador. El guardaespaldas, de quien aún no me podía aprender el nombre, a penas se había asomado, solo para darme un trozo de pizza. Ni siquiera me puse nerviosa cuando sentí la cerradura de la puerta y un castaño de ojos mieles entró por allí. A penas le di importancia a su presencia, aunque en realidad solo quería saber que diablos pasaba por su cabeza.

—Hola —murmuró brevemente y me miró de pies a cabeza. Realmente debía seguir apestosa ya que sus ojos se fruncieron levemente cuando miraron los míos.

Desvíe la mirada, sintiéndome desnuda ante él y comencé a caminar hacia mi habitación.

—Esta misma noche nos devolvemos. El Jet ya ha llegado y nos espera en el aeropuerto.

Me limité a asentir. Aquella información ya la sabía gracias al gordo que hacía de guardaespaldas.

Mis maletas las había hecho durante el día. Por lo que las tomé, las dejé en la sala y me recosté en el sillón en silencio, a esperar que Justin terminara de empacar sus cosas.

—Peter nos espera en el subterráneo en una camioneta negra blindada —avisó cuando finalmente apareció junto a sus maletas.

—Vale.

Sentí la libertad que no había sentido hace varios días, a excepción de ayer, cuando salí del departamento junto a mis maletas. Había estado esperando el día para volver a Cannes desde el momento que supe que tendría que venir hasta este lugar.

Fairytale ➳ J.BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora