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Isabella Romanov

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Isabella Romanov.

Solté un gran suspiro, cerrando mis ojos y llevando el cigarrillo a mi boca. Aún podía sentir las manos de mi padre tirando de mi cabello con fuerza y apretando mi brazo sin importarle mi dolor.

¿Por qué me castigaba tanto? ¿Por qué no me quería tanto? La pregunta jamás había sido si lo hacía o no, la pregunta siempre había sido ¿por qué? ¿Por qué solo era así conmigo?

Ni siquiera era malo con Candace. Siempre la abrazaba y le decía lo orgulloso que estaba de ella. Con mi madre la historia se repetía. Los ojos de mi papá eran mi madre, probablemente era la única persona a la que amaba más que a Candace.

Era increíble pensar en que la única persona que se preocupaba por mi era mi mamá, porque claro estaba que para Candace y mi padre yo solo era un problema.

—¿Estás bien, Bella?

La voz de Martha, mi empleada de toda la vida y la cual se había venido desde Moscú solo para estar con nosotros, apareció en el ante jardín con su típico delantal azul acuadrillé.

Le regalé una sonrisa, mientras exhalaba el humo de mi cigarrillo y asentí.

—Solo estoy esperando a que ellos salgan para irnos.

—No te veo muy emocionada con el almuerzo que tienen —sus ojos marrones de veían melancólicos.

—No tengo muchas ganas de salir después de lo que sucedió esta mañana y tampoco me apetece almorzar con aquellas personas —admití elevándome de hombros.

Martha me miró con una sonrisa de comprensión y se acercó a acariciar mi mejilla.

—Escucha, Isabella. Sé que has pasado por cosas bastante duras últimamente; pero no quiero que se pierda tu dulzura. Sé que ya no eres la misma niña tierna y buena de antes, sé que has cambiado por culpa de los demás, pero también se que dentro de ese pequeño corazón existe aún mi pequeña Bella.

Un pequeño nudo se formó en mi garganta al oír sus palabras y la miré con melancolía. Asentí levemente y no dudé en envolver mis brazos alrededor de su cintura. Los cálidos brazos de Martha se envolvieron en mi cuerpo y de mi boca solo se escapó un suspiro de alivio. Martha era la segunda y última persona a la cual yo podía considerar en la lista de "personas que me quieren de verdad".

—Gracias Martha.

—Siempre serás mi pequeña y bella Isabella —besó mi frente.

Le regalé una sonrisa y me acurruqué en su pecho.

Esa mañana había sido feroz y solo por un maldito test de embarazo en el baño principal.
Recuerdo perfectamente como mi padre me había sacado de la cama tirándome del cabello y me había lanzado al piso con brutalidad. Todo se repetía en mi mente con lentitud, pero lo peor era que yo estaba acostumbrada a todo eso y ya debería haber dejado de pensar en lo que sucedió. Al principio ni siquiera supe lo que sucedía, pero cuando lo escuché gritarme y pedirme explicaciones lo entendí, y ni siquiera supe que responder ni cómo defenderme, ya me encontraba bastante adolorida en el suelo, sollozando casi en silencio por el dolor cuando él comenzó a gritarme.
Lo más triste era que yo había sido castigada por un test de embarazo que ni siquiera era mío, y tampoco podía ser mío porque a pesar de que yo ya no era la santa que era hace meses atrás, yo seguía conservando mi virginidad.

Fairytale ➳ J.BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora