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Isabella Romanov.

Esa noche no pude dormir. Justin se fue dejándome confundida, ansiosa, con mil preguntas de las cuales sabía que por más que lo intentara, no obtendría respuestas.

Mi madre fue temprano al hospital ya que mi estadía de menos de doce horas había acabado. No fui dura con ella, al fin y al cabo ella siempre sería sumisa ante mi padre y por más que quisiera, la realidad era que no podría lograr mucho. No obstante, no fui la persona más amable del mundo, que Dios me perdone por la soberbia, pero seguía sentida con ella.

El doctor me recetó unos remedios para el dolor y la inflamación y las indicaciones a mi madre para las curaciones. En realidad las heridas en mi espalda no eran graves, eran igual que siempre, pero creo que esta vez todos estaban más preocupados por mi solo por el simple hecho de que me había desmayado. Aún así, estoy segura que en máximo dos semanas, no quedarían nada más que las cicatrices en mi espalda, que desaparecían con los días, como siempre.

El viaje en el auto fue en silencio. Me habló a ratos para preguntarme sobre mi noche y cómo me sentía, a lo que respondí que estaba bien. No le contaría sobre la visita que me dejó insomnio y que ahora me tenía muriendo de sueño.

Llegamos a la casa media hora después. Bajé del auto sin ningún problema y sin esperar a mi madre me dirigí hacia la entrada para encontrarme con Martha parada en medio del pasillo, con su típico delantal negro acuadrillé, mirando por la ventana.

Sus ojos se dirigieron a mi, y sonrió brevemente. Sin embargo, yo no le devolví la sonrisa. ¿Por qué? ¿Por qué no le devolví la sonrisa cuando ella nunca había hecho algo malo en mi contra y era una de las personas en las que más creía confiar? Porque simplemente se la pasaba por allí, pretendiendo que nada ocurría, que mi padre no me maltrataba y que éramos una familia normal.
Aunque tampoco me podía quejar, yo al fin de cuentas hacia lo mismo.

—Hola —asentí.

—¡Mi niña! —se acercó a abrazarme, apretándome con fuerza.

Solté varios quejidos ya que las heridas en mi espalda aún ardían. Martha pareció reaccionar en seguida por lo que se alejó algo apenada.

—Lo siento, Cariño. No noté...

—No te preocupes —asentí, entregándole mi bolso y mis cosas—. No quiero subir a mi habitación aún, quiero sentarme un rato en el jardín antes de que aparezca mi padre, mis tíos o simplemente Candace y alguna de mis primas —también le entregué la carpeta con mis exámenes y comencé a caminar hacia la terraza, ignorando su mirada de culpabilidad.

—En realidad, en la terraza están...

—Avísame si llega alguien —grité antes de llegar a la sala de estar que conectaba la terraza con el pasillo.

Cerré los ojos al ver a Caroline y a Candace sentadas en la terraza como la vez anterior. Maldije mentalmente y detuve mi paso, sentándome bruscamente en el sofá que adornaba la pequeña sala de estar.

¿Cuándo sería el maldito día en que no viera a esas perras divagar estupideces por cualquier parte de mi casa? Lejano.

—¡Isabella! Supe que habías llegado —una suave voz se escuchó a mis espaldas.

Dejé de mirar a Candace y a Caroline y me giré lentamente. Madison estaba allí, en pijama, con una sonrisa y los ojos aún adormilados.

Sonreí inconsciente y me levanté para besar su mejilla.

—Sana y renovada. Como si nada hubiera sucedido —le guiñé un ojo volviéndome a sentar en el sofá.

—Así te veo —se sentó a mi lado.—. Mi padre está muy preocupado, pero debió salir en la mañana junto al tuyo y...

Fairytale ➳ J.BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora