19. La Daga

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- ¡Damon, Damon! ¿Qué pasa? – comenzó a gritar Stefan desde el teléfono, que Damon había traído consigo.

- No está aquí. – susurró Damon, con un dejo de incredibilidad en la voz.

Stefan no dijo nada, lo único que se escuchaba a través del teléfono era su irregular respiración.

- Voy en camino. – le dijo Damon y cortó la llamada, sin dejarlo decir nada.

Damon desapareció, dejándome sola en el sótano. Cuando me hube dado cuenta de que se había ido, salí detrás de él. Cuando llegué a las escaleras, él ya venía de regreso. Había ido a colocarse un pantalón.

- Quédate aquí, tranca todas las puertas y las ventanas. Estate alerta a cualquier sonido, ten una estaca a mano, verbena o lo que sea. – comenzó a decirme mientras salía por la puerta.

- ¡No! ¡No me voy a quedar aquí! Voy contigo. – dije y fui hasta la puerta, lo adelanté y salí.

Damon me sujetó fuertemente del brazo y me haló hacia adentro.

- ¡Me estás haciendo daño! ¡Damon, detente! – le grité, tratando de zafarme de él.

- No puedes venir. – dijo con el tono más amenazante que jamás lo había escuchado utilizar. Su rostro estaba comenzando a transformarse.

- Dijiste que si algo salía mal, podía ayudar. ¡Y esto está mal! ¡Maldita sea Damon! ¡¿Por qué te cuesta tanto dejar que te ayude?! – le grité.

- ¡Porque no voy a permitir que te mueras! – rugió, más que gritar, cuando me sujeto por el otro brazo y me sacudió violentamente.

En ese momento desarrollé algo que jamás pensé desarrollar hacia Damon... miedo. Jamás pensé que Damon pudiera producirme miedo, pero en ese momento lo hacía. Sus manos cada vez apretaban más mis hombros, lastimándome; su rostro estaba totalmente transformado y sus colmillos estaban expuestos; y sus ojos expresaban frialdad, enojo, ira.

- Suéltame, Damon... me estás... lastimando. – le dije casi en un gemido.

En ese instante su rostro volvió a la normalidad, sus ojos adoptaron una expresión de preocupación y sentí como la presión que sus manos ejercían sobre mis hombros desaparecía.

- Vamos, apresúrate; no tenemos tiempo. – le dije, sujetando su mano.

Damon pareció salir de un trance, ya que asintió enérgicamente y sin decir ni una palabra cerró la puerta tras él y se dirigió al garaje de la casa. Lo seguí en silencio, y nadie dijo ni una palabra... hasta que estuvimos dentro del coche de Damon.

- Lamento, lo de hace rato. – dijo Damon en un susurro, cuando llevábamos unos pocos minutos andando.

- Si... no..., no te preocupes. Es la presión..., el estrés... no te preocupes. – le contesté, mientras un temblor recorrió mi espalda al recordar la escena.

- No hay excusa. – dijo Damon apartando los ojos de la carretera y dirigiéndolos a mí.

- No, no la hay. – le dije. – Pero no puedes culparte por ello. Perdiste el control, pero... estoy bien, y tú también. Y necesitamos encargarnos de que Elena y Stefan también lo estén, así que... olvídalo ¿Si? Disculpas aceptadas. Ahora concentrémonos en esto... que es lo importante. – le dije sonriendo.

- Tienes razón. – me dijo con una media sonrisa, volviendo a mirar hacia el camino.

Damon iba a una velocidad increíblemente rápida, así que en cuestión de minutos llegamos a una casa, que se encontraba en el medio de la carretera. Damon se bajó y yo hice lo mismo.

Alexandra PetrovaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora