26. Resaca

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Al día siguiente, cuando desperté, el sol ya se había levantado y hacia un día espléndido. Me coloqué mis botines y cuando me levanté del sofá, sentí un fuerte punzada en la cabeza.

- ¡Ugh! - exclamé. - Resaca masiva.

Tomé mi teléfono que estaba en la mesa de la cocina y lo encendí. Tenía cerca de treinta llamadas perdidas de Stefan y Damon. El apartamento estaba en total silencio, quizás Alaric dormía, o quizás se había ido.

- ¿Alaric? - llamé a la puerta de su dormitorio.

Espere unos cuantos minutos... pero nadie respondió. Se había ido. Me dirigí a la cocina en busca de algo que suavizara el dolor en mi cabeza... quizás un poco de café. Pero en la cocina de Alaric solo había unas cuantas cervezas, un poco de bourbon y unas gaseosas. Sentía que en cualquier momento me estallaría la cabeza, por lo que no me atrevía a ingerir alcohol. Necesitaba tomar un café, el problema era en dónde. La cabeza me retumbaba con cada paso que daba, necesitaba una ducha también.

Decidí bajar y esperar un taxi, pues me sentía demasiado mal como para caminar. A los pocos minutos un taxi se detuvo y me monté. Lo manejaba un chico bastante joven y sensual, tenía ojos muy bonitos, verdes.

Aunque los de Damon son más bonitos. - pensé.

¡¿Qué demonios?! ¿De dónde diablos había salido ese pensamiento? Respiré profundo e intenté calmarte ante la conmoción que mi propio pensamiento me había ocasionado.

- ¿Hacia dónde se dirige? - me preguntó el joven, con una voz aterciopelada, sedosa.

- ¿Cómo te llamas? - le pregunté con una sonrisa pícara.

- Tom. - respondió el devolviéndome la sonrisa, tenía una sonrisa sexy.

Aunque no tanto como la de Damon. - pensé.

- ¡Cállate! - dije en un susurro levísimo.

Me estoy volviendo loca. Estoy hablando conmigo misma y mi mente parece un ser independiente a mí. Esto está mal, muy mal. Y necesita parar, ahora mismo. - pensé.

- Hola, Tom. - dije volviendo a sonreír. - Mucho gusto, soy Alexandra.

Tom tomó mi mano y depositó un beso en ella.

- El gusto es todo mío. - agregó.

Caballero. - pensé.

En ese instante se me ocurrió una idea.

- Tengo una idea. - le dije, sonriendo. - Me llevas a mi casa, me ducho, y luego salimos a tomar algo y damos una vuelta.

- Me encantaría, de verdad. Pero no puedo. - mi sonrisa se desvaneció. - Tengo que trabajar.

- Vamos, - dije y acerqué mi rostro al suyo, hasta que quedaron peligrosamente cerca. - es solo un día... Sé que quieres, puedo verlo.

La cara del chico era todo un poema. Era como si no pudiera creérselo. Solté una risita.

- Me encantaría, pero ¿Qué tal mañana? Dame tu número y te llamaré. - sugirió.

- No. - dije enfadada. - De verdad me gustabas, Tom. Lamento tener que hacer esto.

- ¿Hacer qué? - dijo y pude sentir un dejo de nerviosismo en su voz.

- Esto. - entonces usando la compulsión le dije. - Me llevarás a mi casa, y esperarás afuera mientras tomo una ducha, luego saldremos de Mystic Falls y nos divertiremos ¿estás de acuerdo? - le pregunté, intentando ocultar mi enfado y tratando de sonar dulce.

- Por supuesto. - dijo bajo la compulsión. - Lo que quieras.

- Ahora me agradas más. - le dije sonriendo. - Vamos.

El chico arrancó el auto y me llevó a la casa de Damon y Stefan. Cuando llegué, entré haciendo todo el silencio que me era posible. En la casa había un silencio sepulcral. A los pocos segundos comprendí que estaba vacía. Así que me apresuré y subí a mi habitación. Me desvestí y entré en el baño, me duché y salí de nuevo, envuelta en una toalla. Rápidamente me coloqué unos pantalones de cuero, bien ajustados, unos botines negros de tacón, una camisa negra con algunos vuelos y mi chaqueta de cuero. Bajé y me dirigí al sótano, tomé dos bolsas de sangres y las devoré, literalmente. Luego salí de la casa y volví a montarme en el taxi, con Tom.

- Wow. - exclamo él, en cuanto estuve dentro del auto.

- ¿Qué? - le pregunté con el ceño fruncido.

- Te ves asombrosa.

Esbocé una sonrisa.

- Gracias. Vamos a tomar algo.

Él asintió y puso el auto en marcha. Nos dirigimos a un bar a las afueras de Mystic Falls y estaba abarrotado de gente. Entramos y nos dirigimos al bar.

- ¿Qué desean tomar? - preguntó la muchacha pelirroja que atendía el bar.

- Un Martini. - pidió Tom.

Aunque la ducha me había refrescado bastante, aún lo estaba lista para ingerir alcohol.

- Un café, bien fuerte. - entonces la joven se retiró.

- ¿Un café? - dijo él por encima del sonido de la música. - Creí que íbamos a divertirnos.

- Íbamos no, vamos a divertirnos. No necesito beber para divertirme. - le dije con una sonrisa maliciosa.

En ese instante la chica pelirroja llegó con las bebidas.

- Gracias. - dijimos al unisonio Tom y yo.

Tomé mi café y Tom su Martini, y en silencio bebimos. En ese momento mi teléfono vibro. Era un mensaje de texto de Damon que decía:

¿Serias tan amable de atender tu maldito teléfono? Tu ropa está aquí, pero tú no apareces por ningún lugar. ¿Dónde demonios te metiste?

No le contesté. Guardé de nuevo mi teléfono y termine mi café. Cuando le daba un último sorbo a mi taza, Tom me haló del brazo y arrastrándome hasta la pista de baile dijo:

- Bailemos.

Tom era tan... sexy, sensual. Estuvimos bailando un buen rato, luego pagamos y nos fuimos. Andamos un buen trayecto en el auto, hasta que Tom se detuvo frente a un cementerio.

- Espérame solo un segundo, necesito ir al baño. - se bajó del carro y desapareció detrás de unos árboles.

Mientras esperaba a Tom me pasé para el asiento trasero del auto. Cuando Tom regresó y me vio, abrió la puerta y me preguntó:

- ¿Qué haces ahí?

- Aquí atrás ahí más espacio. - le dije con una sonrisa seductora.

Y él sin pensárselo dos veces se metió en el auto y cerró la puerta. Con fiereza se abalanzó sobre mí y me besó. Sin dejar de besarme se quitó la camisa. Entonces mientras acariciaba su esculpido torso, me quitó la mía. Comenzamos a besarnos con una pasión abrasadora. Entonces con su cuerpo sobre el mío, comenzó a besarme mi cuello, y luego mi oreja, entonces sentí como me daba un leve mordisco en ella. Sonreí con ironía.

- ¿Te gustan los mordiscos, Tom? - le pregunté, cambiando de posición y colocándome sobre él.

- Me encantan. - dijo acariciando mi abdomen.

- Que bueno. - dije y entonces mi rostro se transformó y sentí mis colmillos volverse puntiagudos.

El rostro de Tom cambio de placer a terror.

- Soy un vampiro, Tom.

Alexandra PetrovaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora