34. Recuerdos

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Era Mystic Falls en el año 1864 y Katherine y yo nos encontrábamos sentadas en el jardín tomando el té. Se acercaba el Baile de Los Fundadores, era la primera vez que se celebraba, por lo cual en el pueblo estaba embargado de una gran expectativa y emoción. Las señoritas no paraban de hablar sobre quien les gustaría que las invitaran a ser su pareja, y los caballeros... bueno, parecían más nerviosos que nunca.

En especial Stefan y Damon Salvatore.

Ambos le habían pedido a Katherine ser su pareja para el baile, y ella aún no había decidido cual propuesta complacería.

- ¿Con quién irás? - le pregunté tras beber una taza de té en silencio. - ¿Stefan o Damon?

- No lo sé. Ambos son tan... encantadores, dulces, todos unos caballeros... Es tan difícil...

- Pensé que estabas más interesada en Damon. - expresé.

- Damon es más agresivo, pasional. Pero Stefan es... - sus ojos brillaron. - perfecto.

- Bueno, deberías ir decidiendo. El Baile cada vez está más cerca.

- Si, tienes razón. ¿Y tú con quien iras? - me preguntó en tono confidente.

- Ya encontraré algún guapo y solitario muchacho en el baile. No creo que alguien se niegue a pasar la noche conmigo, y en caso de que se nieguen...

Dejé la frase sin terminar, pues Katherine sabía lo que haría en tal caso.

Entonces el recuerdo cambio.

Era un atardecer en Mystic Falls y ya Katherine acababa de hacer su elección: Stefan Salvatore. El menor de los hermanos Salvatore, mi mejor amigo, había salido ganando.

Esa misma tarde encontré a Damon, sentado a la sombra de un árbol, con la mirada perdida y los ojos enrojecidos.

- ¿Qué tienes, Damon? - le pregunté acercándome a él, con ese andar sutil, que hacía sonreír a cualquiera, tan propio de mí; mientras era consciente de que el hermoso vestido de color azul celeste que traía puesto, ondeaba con la fresca brisa.

Cuando me vio, pareció sorprenderse y se colocó de pie, inmediatamente.

- Alexandra, ¿Qué estás haciendo aquí? - dijo con voz gruesa, tratando de sonar como todo un hombre.

En apariencia, Damon parecía mayor que yo. Pero lo que nadie a excepción de mi o Katherine sabia, era que yo era aproximadamente quinientos años mayor que aquel apuesto joven de cabello negros y ojos azules.

- Te vi desde mi ventana, - dije mintiendo descaradamente. - y no puede evitar preguntarme que te ocurría. - agregué.

Damon tragó grueso y dijo con voz pastosa:

- Ha tomado su decisión. - su voz sonó amarga. - Eligió a Stefan. - luego se hizo el silencio, mientras Damon miraba sus zapatos. - ¿Qué tiene él que no tenga yo? - me preguntó y pude reconocer la decepción en su voz.

- Damon... - no sabía que decirle.

- Tranquila. Comprendo, Stefan es tu mejor amigo. Mis disculpas, Alexandra; jamás fue mi intención ponerte en una situación incómoda. - se disculpó como todo un caballero.

- No tienes por qué disculparte, Damon.

Se hizo un silencio incómodo, en el cual nos limitamos a observar la naturaleza a nuestro alrededor. Unos segundos después una idea paso por mi mente, como una estrella fugaz.

- ¿Qué te parece si vamos juntos? - pregunté.

- ¿Ah? - dijo Damon, que apenas pareció escucharme.

Alexandra PetrovaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora