XII. INSOMNIO

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          Me pasé todo el domingo en la cama sin parar de llorar. Mi padre no pasó por casa, no sabía dónde estaba, pero no me importaba. Intentaba dormir, ya que el tiempo en que no estaba despierta no me dolía el corazón, pero no podía. Sólo veía su cara de angustia cuando vio mis heridas. Su sorpresa. Su horror... Eso me dolía más que cualquier otra cosa. Me sentía idiota. Estúpida. Apenas la conocía y ya tenía total y absoluta influencia sobre mí. ¿Me habría enamorado de ella? Deseaba no haber quedado con ella aquel primer día. Jamás me había sentido así de mal. 

          No salí de casa en dos semanas, lo que ayudó a que se curaran mis heridas. Intenté contentar a mi padre el tiempo que él estaba por allí y el resto lo pasaba escuchando música y autoconvenciéndome de que había tomado una buena decisión e ideando la forma de ir a clase y evitarla. Estaba muerta de miedo. No quería verla. No podría soportar que intentara hablarme. Sentía vergüenza de mí misma.

          Llevaba días sin dormir bien. Decidí que aguantaría en casa el mayor tiempo posible, pero las horas se me hacían eternas y solo podía pensar en ella. Esa noche por fin, por cansancio, me quedé dormida.

          Soñé que iba a clase como si nada hubiera pasado. Ella no me conocía. Al entrar en el aula ni siquiera me miraba y se sentaba con sus amigos. Yo no podía apartar la vista de ella. Sentía un vacío aterrador por dentro, un hueco que se formaba en la boca de mi estómago que me estaba absorbiendo desde dentro. De repente su voz me hablaba. Me giré y ella estaba a mi lado y me decía: para mi eres insignificante, un chiste, un experimento, en definitiva... nadie. Y su cuerpo se evaporaba.

          Me desperté llorando. Me sentía estúpida. Sentía un dolor punzante en el costado.

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