XXIV. ALMA CON ALMA

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Abrí la puerta con sigilo. No se oía nada. La cerré con cuidado y me dispuse a pasar de puntillas el pasillo hacia mi cuarto, pero me detuve cuando oí una voz proveniente del salón.

- ¿Dónde coño estabas? - vi a mi padre sentado en su sillón, tenía mal aspecto.

- ¿Qué te ha pasado? - pregunté, acercándome a él. Me apartó con la mano.

- Me he peleado en el bar, qué más da. - dijo entre enfadado y cansado - He preguntado que de dónde vienes a estas horas. Y... - me miró durante unos segundos - ¿Porqué pareces vómito de unicornio con esa ropa? Anda, ve a cambiarte y prepárate, que nos vamos. Luego me responderás- asentí y salí del salón. Me cambié rápido mientras pensaba a dónde teníamos que ir. Miré el calendario y me estremecí. ¿Cómo se me podía haber olvidado? Mierda. Mierda. Mierda. Volví a cambiarme poniéndome algo más apropiado.

Nos montamos en esa vieja chatarra que mi padre aún llamaba coche y fuimos todo el camino en silencio, como era costumbre. Llevaba un ramo de flores algo desecho. Lo cogió al llegar al lugar donde íbamos.

Entramos sin intercambiar palabra, esa era la tradición desde que tenía uso de razón. Ya nos sabíamos el camino de memória. Llegamos y aparté con cuidado las hojas secas que había encima de la fría piedra. Mi padre se puso de rodillas. Yo le imité. No sabía muy bien qué hacer en ese momento, nunca lo había sabido. Recordé que una vez se lo conté a la señora Antonia y me dijo que lo mejor era hablar desde el corazón, alma con alma. Yo lo intentaba, cada año... pero sin mucho resultado. Oí un sollozo. Miré discretamente a mi izquierda. Vi a mi padre deshacerse en lágrimas mientras apretaba aquel ramo de flores mustio. Vi su cara de sufrimiento, de herida no cerrada, de pérdida en el alma. Me levanté y lo abracé por la espalda. Agarró mis manos con fuerza. Apreté mi abrazo. Podía sentir pequeños momentos en los que se quedaba sin respiración, entre sollozo y sollozo. Sin previo aviso golpeó la lápida, con rabia. Supe en ese momento que él sí estaba manteniendo una conversación con ella, su alma gemela, alma con alma. Se giró y me abrazó. Hundió su cara en mi barriga mientras yo seguía abrazándole. Comencé también a llorar, de manera silenciosa. Mi padre nunca daba muestras de afecto o cariño, así que me aferré a aquella como si mi vida y la suya dependieran de ello. Estuvimos así un rato que para mi fue como un suspiro.

- Vamonos- dijo, secándose las lágrimas.

- ¿Puedes esperar cinco minutos? Necesito despedirme de alguien más - asintió cansado.

- Te veo en el coche. Por cierto, feliz cumpleaños. - no le respondí, y él se limitó a marcharse.

No tardé mucho en encontrar la tumba de la señora Antonia. Apenas habían pasado dos días y ella ni siquiera estaba allí aún, pero siendo más pequeña me enseñó dónde quería ser enterrada.

- Aunque no estés aquí, gracias - dije mientras una lágrima rodaba por mi rostro. - Gracias.

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