LXXII: ME PONES

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           El aceite chisporroteaba en la sartén.

-No sabía que sabías cocinar- dijo ella, sin parar de observarme. Me giré para alcanzar la sal. Se acercó a mí.

-Aún hay muchas cosas que no sabes de mí. - dije sin voltearme. No la encontré. Busqué en otro cajón.

-Eso me gusta - suspiró. Acarició mi espalda. - tienes aquí un hematoma bastante feo. - jugó con el tirante de mi sujetador y me dio un beso en la zona.

-¿Ah, si? Menudo cuadro - dije, fingiendo sorpresa. Moví la comida para que no se quemara. - tuve que saltar por una ventana huyendo de la abuela loca de mi novia. -dije, encogiéndome de hombros.

           Ella se rió ante mi comentario. Abrí otro cajón. Su cocina era tan grande que era imposible encontrar nada.
- me lo merecía - continué con la broma.

-¿Por qué? - preguntó ella, cambiando el tono. Eso no le había gustado.

- Verás... Estaba haciéndole... cosas a su nieta. - dije sin poder evitar sonreír. Ella también rió. Se aproximó más a mi.
- ¿dónde está la sal? - le pregunté al fin.

-Arriba - dijo en mi cuello. Ya había mirado ahí por lo que me extrañó. Me puse de puntillas. Ella aprovechó para apretarme con su cuerpo contra la encimera. Sentí una descarga de calor intenso.

-Aquí no está - dije, aguantando la respiración. Sus manos me acariciaron por encima de la tela.

-Ya lo sé - dijo, besando mi cuello. Dejé escapar el aire que había contenido mientras me mordía el labio. - verte cocinar semidesnuda es lo más excitante que he visto en mi vida. - me acarició de nuevo, bajando su mano por mi vientre.

-Cuidado si no quieres que me queme. - dije, soltando un leve quejido. Me encantaba nuestra complicidad.

-Espera aquí - me susurró y desapareció de la habitación.

           Decidí apagar la vitro y colocar la comida en los platos.
Aquello me había dejado sofocada. Seguía pensando en mi padre, y sintiéndome un poco mal por querer disfrutar de las caricias de mi novia en ese momento, pero eso me ayudaba a no pensar en todo lo que me estaba ocurriendo.

           Carraspeó y me giré instintivamente. Al verla no pude evitar aguantar la respiración. Allí estaba ella, vestida sólo con un picardías negro bastante sugerente, todo él de encaje y transparencias.
           Sentí que me temblaban las piernas. No podía apartar la vista de su cuerpo de ángel.

-¿Eso es... - balbuceé.

-Todo tuyo - respondió guiándome un ojo. Me puso nerviosa. Me acerqué lentamente a ella, que a su vez retrocedió con mirada pícara. - ¿Qué te parece? - preguntó. Le tendí la mano e hice que diera una vuelta.

-¿Qué se siente al ser la criatura favorita de Dios? - respondí, acercándola a mí. Rió y de la mano me llevó al salón.
Me acerqué de nuevo a ella.

-¿Qué tal si empezamos por el postre? - dijo de manera sensual, acariciando mi cuello. Me besó con pasión. Recordé la última vez que estuvimos en aquella situación. Le hice una promesa. Con un hábil movimiento la senté en la gran mesa de madera del comedor. Volví a besarla y, colocando las manos en sus rodillas, le abrí las piernas.

-Me parece bien - le dije.

           Acerqué su cuerpo al borde del mueble, dispuesta a lamerla entera. Besé su cuello, su debilidad. Le mordí el lóbulo de la oreja.

-joder, ¡cómo me pones!-


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