XXV. ¿QUÉ HACES AQUÍ?

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          Estaba tumbada en mi habitación intentando dormir, pero no podía. Habían pasado muchas cosas en tan poco tiempo... Me sentía abrumada. Daba vueltas en la cama pensando en la señora Antonia, en mis buenos recuerdos con ella, pensando en aquel consejo que seguí, el que me llevó a su portal y con aquello, a su cama... Pensé en sus palabras y lo estúpida que me había sentido aquella mañana, en la vergüenza. También pensé en la mañana en el cementerio con mi padre, en mi incapacidad para hablar con mi madre, en aquel abrazo de ese hombre tan frío y siempre cabreado, en su tristeza. Todo esto daba vueltas en mi cabeza haciéndome tener sentimientos encontrados todo el tiempo.
          De repente, sonó la puerta de mi habitación. Tres golpes muy leves, casi inexistentes, pero yo los había oído. Me senté de golpe y vi cómo la puerta se abría y aparecía... Ella. Entré en pánico.

          - ¿Qué haces aquí? - susurré mientras ella cerraba la puerta.

          - Shhhh- dijo, mientras se quitaba la camiseta. La tiró al suelo y se subió a mi cama. Gateó hacia mi como si de un tigre se tratase. Antes de que pudiera decir nada más, besó mis labios. Sentía su cuerpo con pasión retenida. Bajó sus manos y tiró de mi camiseta hacia arriba, sacándola de un sólo movimiento y continuó besandome. Me tumbó y se colocó sobre mi. Comenzó a besarme desde mi mentón hasta mi ombligo. Le desabroché el sugetador. Ni siquiera sabía bien lo que estaba haciendo. Mientras besaba mi cuello llevó mis manos hasta su cinturón.

          - Quítamelo- susurró en mi cuello y yo obedecí. Volvió a acostarme. Me besó de nuevo mientras chocaba su cuerpo contra el mío. Acaricié su espalda y ella volvió a mi cuello. Bajó sus manos hasta mi cintura y me quitó el pantalón del pijama. Sentí un escalofrío entre tanto calor. Comenzó a besar mis piernas diciendo - yo sé lo que me gusta-, luego siguió por mis muslos y continuó de manera ascendente. - ¿Y tú? - preguntó. Sentí una descarga eléctrica. De repente un fuerte sonido me asustó.

          Me desperté sobresaltada, con la respiración agitada y una mano en la entrepierna. La retiré de golpe. ¿Qué acababa de pasar? Me sentí muy mal inmediatamente. Noté algo en mi mejilla. Cogí una lagrima con mi mano. Estaba caliente. ¿Qué me pasa? Me repetí. Nunca había soñado algo así. Decidí tomarme una ducha fría, aunque fueran las 3 de la mañana.

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