LIII: NANA

480 34 1
                                    

          Bajé a la cocina, donde ellas ya estaban desayunando. Al verme entrar, ambas se pusieron de pie, se miraron fijamente y finalmente rompieron a reír. Su abuela se sentó, poniendo los ojos en blanco.

-Nada, Clara.-dijo con resignación - Mi nieta no me deja atenderte. Dice que lo hace ella. - comencé a reír también.

-Y lo hago muuuuy bien. - dijo ella con segundas, mientras revoloteaba por la cocina, preparándome el desayuno. - ¿Café? - Preguntó y yo asentí. Me senté al lado de su abuela. La anciana puso su mano sobre la mía.

-¿Que tal has dormido? - preguntó, con ternura.

-Muy bien - dije, agradecida - Me he dado cuenta de que aún no sé su nombre -

-¿No se lo has dicho? - dijo mirando con cara de desagrado a su nieta-

-Sí lo he hecho - dijo ella, haciéndose la ofendida entre risas - Nana - explicó.

-Ah, bueno - se rió la anciana. - me llamo Milagros - dijo volviéndose para mirarme- pero todos me llaman Nana. Tú también puedes hacerlo, hija. - asentí. Sentí unos brazos en mis hombros y me estremecí al tacto. Me había dejado el desayuno en la mesa. Cogí la taza caliente entre mis manos e inspiré su aroma. Ella se sentó a mi lado. Su abuela se levantó y comenzó a lavar la loza del desayuno, colocándose de espaldas a nosotras. Di un sorbo al café. Sentí, de pronto, una mano en mi rodilla.

-Niñas, esta noche no estaré en casa.

-¿Por qué Nana? - dijo ella, deslizando su mano por mi muslo, lentamente. Me puse tensa.

-Me quedo con tu madre en el hospital. No me gusta que pase la noche sola. - dijo sin voltearse.

-Claro, abuela. Haces bien. Nosotras iremos mañana a visitarla. - dijo, manteniendo un aire tranquilo, mientras por debajo de la mesa acariciaba la parte superior de mi muslo. Yo daba sorbitos al café, intentando disimular el calor de mis mejillas.

-Aunque no sé si es buena idea dejaros a vosotras solas, de noche, en una casa tan grande. Me quedo muy intranquila.

-No te preocupes abuela, mamá te necesita más - dijo, colocando su mano en mi entrepierna. Di un brinco. - Estaremos bien solas - comenzó a acariciarme. Me mordí el labio para evitar hacer algún ruido mientras continuaba removiendo el café, intentando disimular. Intenté cerrar las piernas, pero ella no me dejó.

          Su abuela se giró para recoger algunas cosas de la mesa, pero ella no paró. Intenté respirar calmadamente.

-Clara - dijo la anciana y me sobresalté, parando de golpe su mano con la mía. - ¿Has dormido bien?, ¿Has pasado frío? - tragué saliva, rezando para que mi voz sonase normal.

-Todo bien, gracias. - balbuceé, aún con el corazón a mil.

-Nana, no te preocupes. No voy a dejar que pase frío - dijo y con un rápido movimiento pasó de nuevo su mano por mi entrepierna de manera ascendente primero y luego descendente, ejerciendo cierta presión con los dedos. Sentí un escalofrío tan grande que tuve que agarrarme a la mesa. La miré con ojos asesinos y ella me me devolvió la mirada, mientras se relamía los labios. Su abuela parecía no enterarse de nada. Aquello era tan inapropiado como excitante. Sentía la cara roja. Entonces se levantó y dijo:

-¿Te apetece un baño en la piscina?, hoy hace calor ¿no crees? - dijo, con mirada maliciosa mientras chupaba de manera sensual la cucharilla de mi café.

Inmarcesibles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora