XXXVIII:NO VALE RAJARSE

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          - Tienes que venir-continuaba insistiendo.

          - No sé qué pinto yo allí, Sergio - le dije, intentando que me entendiera.

          - Hazlo por mí - dijo con mirada suplicante - y por ti, necesitas conocer gente nueva- soltó encogiéndose de hombros. La idea me parecía abrumadora. Una fiesta en una casa llena de gente bebiendo me generaba cierta ansiedad. Sergio volvió a poner ojitos de cordero degollado. Asentí mientras suspiraba. Él subió los brazos en señal de victoria. Sabía que era importante para él y era el único amigo que tenía.

          - Te recojo a las 8 - dijo sin darme tiempo a discutírselo. Le vi marcharse. Mi cabeza empezó a hacer de las suyas. ¿Cómo hablaría con la gente? Mi fobia social y mi timidez nunca me habían ayudado. Sabía que Sergio tenía razón, ya habían pasado dos meses desde que nos conocimos y no me vendría mal pasar una noche divertida.

          Una vez que llegué a casa me dediqué a sacar toda la ropa de mi armario. ¿Qué debía ponerme? Comencé a descartar ropa hasta que me quedé sin ninguna opción. Me sentía frustrada. De repente me acordé. Fui al armario de la habitación de mi padre y abrí el lado izquierdo. Tapadas con bolsas estaban algunas pertenecientes de mi madre, entre ellas algunos vestidos. De pequeña me encantaba esconderme allí sólo para estar cerca de sus cosas. Saqué con cuidado las prendas y las examiné. En seguida me llamó la atención una falda negra. Su tela era suave y brillaba al pasar la mano. Decidí probarla con una blusa blanca y mis botas negras. Cuando me planté delante del espejo no me lo podía creer. Una voz desde la puerta me sobresaltó.

          - Estás igual de guapa que  tu madre a tu edad - dijo mi padre con mirada nostálgica. Le miré con ternura mientras se iba de nuevo y volví a centrarme en mi reflejo. Era mucho más atrevido de lo que estaba acostumbrada a usar pero aquel comentario que acababa de recibir me hizo decidirme. Aquel maravilloso conjunto realzaba mi cuerpo, marcando de manera sensual mis curvas, quedando la parte de abajo de la falda al caer. Dejé de mirarme. Estaba muy poco acostumbrada a hacerlo y comencé a arrepentirme de haberle dicho que si a Sergio. Como leyéndome la mente, me llegó un mensaje:

          - No vale rajarse- al leerlo supe que ya no podía echarme atrás.

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