LX: NO ENTIENDO NADA

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-Te quiero fuera de mi casa. Lejos de mi nieta y lejos de su madre ¿me has oído? - me gritó la anciana, dándome otro empujón de manera violenta.
No entendía nada de lo que estaba pasando. - ¿Qué buscas? ¿Dinero? - dijo, encarándome de nuevo. - ¿No nos habéis hecho sufrir ya suficiente?

-No sé de qué me habla. Ni siquiera sé qué está pasando - respondí yo, desesperada por entender.

-A otro perro con ese hueso- dijo ella, escupiendo cada palabra. Ella apareció detrás. - Aléjate de nosotros. ¡Lárgate! - chilló la anciana. Bastante gente se había reunido a ver la escena, entre enfermeras y pacientes. No sabía que hacer así que hice lo que hacía siempre. Eché a correr.

          Bajé las 7 plantas de escaleras casi al vuelo. Una vez en la calle seguí corriendo. No sabía ni a donde ir. Me encontraba en una ciudad que desconocía y en la que no podía recurrir a nadie. Seguí corriendo. Corrí hasta que el aire comenzó a quemarme en los pulmones. Me sentía débil, cansada, desorientada. En cuanto mis piernas dejaron de moverse, las pocas fuerzas que me quedaban escaparon de mi cuerpo. Me desplomé en el suelo, respirando con dificultad. Caí sobre arena.

           Debía estar en un parque, pero mis sentidos no funcionaban lo suficiente como para saberlo. Tuve que cerrar los ojos, ya que todo me daba vueltas. Comencé a llorar. No entendía nada. Revivía una y otra vez lo ocurrido en mi cabeza y en cada ocasión se volvía más confuso. No supe cuánto tiempo estuve allí tirada, pero al abrir los ojos ya era de noche. Aquella zona ni siquiera tenía farolas. No sabía donde estaba y me iba a costar saberlo. Vibró de repente mi móvil en el bolsillo. Me estaba llamando. Lo cogí.

- ¿Clara? Por Dios, Clara, ¡te he llamado mil veces! - dijo ella, preocupada. Rompí a llorar de nuevo.

-Te juro que no he hecho nada malo. De verdad. No entiendo nada - dije yo entre sollozos.

-Te creo - su voz sonó seca al otro lado del teléfono. - Dime dónde estás.

-No lo sé - le respondí sin parar de llorar.

-Pásame tu ubicación - así lo hice.

-¿Cómo coño has terminado ahí? - dijo, con una mezcla de asombro y enfado. No respondí. - Bueno, no te muevas. Voy a por ti. - colgó la llamada. ¿Había hecho de verdad algo malo? Buscaba, desesperadamente una respuesta. Me agazapé, abrazando mis rodillas. El viento corría, frío. No podía parar de tiritar. ¿Algo podría ir peor? Pensé, y casi de inmediato comenzó a llover.

           Estaba tan exhausta que no podía ni moverme. Me limité a dejar que el agua me mojara.

           Pasada una media hora escuché el ruido de un motor.

-¿Clara? - me apuntó con la linterna del móvil. - Vamos, estás calada - dijo, ayudándome a ponerme de pie y entrar en el vehículo. Una vez dentro ninguna pronunció palabra. El silencio era tan incómodo que no me dejaba respirar.

-¿Dónde vamos? - conseguí preguntar.

-A casa - dijo simplemente.

-No puedo - intenté explicarle- tu abuela me ha echado.

-Es mi casa, no la suya. - sentenció, enfadada.

-No quiero ocasionar más problemas. No debo ir donde tu abuela no quiere que esté. - mascullé. Ella suspiró, cansada.

          Aparcó en una calle estrecha, de un barrio que parecía bastante pobre.
         
           Salimos del coche y entramos en un portal que ni siquiera tenía cerradura. Subimos al tercer piso. Llamó a la puerta, algo titubeante. Nada pasó, así que volvió a insistir, esta vez más fuerte. A la tercera, escuchamos la cerradura. Al otro lado apareció una mujer de unos cuarenta años, en bata y despeinada. Su cara de sueño superaba la de asombro.

-Hola tía Carol - dijo, cansada, y se introdujo en la casa. La seguí.

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