XVII. ¿PODRÍAS ABRAZARME?

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          La cama estaba desecha, pero menos por eso, todo estaba impoluto. Era una habitación luminosa, como el resto de la casa. Pero se notaba que era una habitación especial. Era la que más reflejaba su forma de ser, como es lógico, siendo su cuarto. Era preciosa, como ella. Me tendió una toalla y me sentó en su cama. Se dirigió al armario. Comenzó a buscar ropa y me la dio. Una camiseta de tirantes y un pantalón corto. La calefacción estaba bastante alta.

-Salgo un momento, avísame cuando quieras que vuelva a entrar- asentí. Cerró la puerta. Acaricié la ropa con los dedos, era suave. La olí y me sobrecogí. Olía a ella. Me quité mi ropa, la cual mojó el suelo y me sequé como pude. Después me puse la suya. Salí de la habitación. Caminé por el pasillo y la vi sentada en una silla del salón. Tenía cara de cansada. Me sentí culpable.
Me vio entrar y esbozó una pequeña sonrisa. Le entregué mi ropa y se la llevó. Volvió y me dijo:

-Vamos, es tarde- me cogió la mano y volvimos a su habitación. Yo no era capaz ni de hablar. Abrió su cama de nuevo y me hizo un gesto. 

-Puedo dormir en el sofá, o en el suelo- le dije como pude. 

-No voy a dejar que duermas en el suelo- me respondió.

           Asentí simplemente, cansada, y me metí en la cama. Ella se metió conmigo. Estaba nerviosa. Me giré quedando de espaldas a ella y ella hizo lo mismo. 

-Gracias- susurré.

-No me las des-. Apagó la luz y la oscuridad me invadió.

           Comencé a pensar en todos los momentos que viví con la señora Antonia, momentos concretos de mi infancia y recordé cuando mi padre me prohibió verla. No debería haberle hecho caso. Sentí rabia. La única persona que me había tratado bien en años acababa de morir. Una gran tristeza me sobrecogido y las lágrimas comenzaron a rodar de nuevo por mis mejillas. Intenté contenerme, no quería molestarla. Ella se giró y se acercó un poco a mí, manteniendo una distancia prudente entre nosotras. Aún así, notaba su aliento en mi nuca. 

- ¿Estás bien? - me susurró y se me erizó la piel. 

-No- contesté, secándome las lágrimas. 

-No sé qué hacer, Clara- dijo. Me quedé un momento en silencio.

- ¿Podrías... abrazarme? - dije sollozando. 

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