XXIX. TRANSPARENTE

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          Fuimos todo el camino en silencio, cogidas de la mano. Yo llevaba su maleta y ella una mochila. Se le notaba cansada, muy cansada. Por eso respeté su silencio.

          Llegamos a su portal. Buscó las llaves en su mochila y abrió la puerta. Se adentró en el portal y yo me quedé quieta. Me miró sin comprender.

          - No puedo quedarme - le dije. Su rostro se desencajó y vi su pena, no por mi, sino por algo que estaba cargando. Tiró la mochila al suelo y me abrazó.

          - Por favor - suplicó en mi cuello - te necesito. - En ese mismo instante separé su rostro, cogiéndole la cara con mis manos. Le di un tierno beso pero ella se alejó de mi. Me quedé confusa. - necesito que hablemos - dijo, cogiendo su mochila y llamando al ascensor. Tuve un mal presentimiento. De todas maneras cogí su maleta y me adentré en el elevador. Llevábamos sin hablar desde hacía casi un mes, desde que fui al cementerio con mi padre.

          Entramos en su casa en silencio. Con una mano me señaló aquel enorme sofá blanco y yo me senté sin rechistar. No me gustaba verla así y si pretendía echarme de su vida no quería que ese fuera mi último recuerdo de ella.

          Volvió a la sala con el pijama ya puesto y dos copas de vino. Se sentó. Le temblaban las manos. Intenté cogerle una pero me apartó. No entendía nada.

          - ¿Puedo saber qué pasa? - pregunté, con una mezcla de nerviosismo y rabia. Se quedó callada otro momento. No me miraba a los ojos. - será mejor que me vaya - dije, poniéndome de pie, pero agarró mi brazo. La miré, estaba destrozada. Volví a sentarme. Por fin abrió la boca.

          - Mi madre se muere-. Dijo por fin, mirando fijamente la mesa. Me quedé callada, no sabía qué decir ni como reaccionar. - por eso mi casa siempre está vacía. Mi madre tiene cáncer y la tratan en la capital. Mi padre se fue al saber de su enfermedad. No podía soportar otra desgracia más después de la muerte de mi hermano. Intenté irme allí a vivir con ella pero alguien debía de ocuparse de esta casa. - paró un poco para beber vino y continuó. - Lleva ingresada cerca de 5 años y mi hermano murió hace 8.

          - yo... - intenté decir, pero me hizo callar de un gesto con la mano.

          - Clara, llevo viviendo sola mucho tiempo. El cáncer de mi madre ha llegado a fase terminal, los médicos no son capaces de frenarlo y la metástasis se extiende... - calló de nuevo. Dio otro pequeño sorbo. Yo sólo podía mirarla, mientras mi cabeza intentaba procesar toda aquella información. - Le he hablado de ti- dijo de repente y yo me puse tensa. - Hemos hablado bastante en general estas semanas y me ha ayudado mucho. Me ha enseñado a diferenciar lo urgente de lo importante. Me hizo darme cuenta de que no hago más que mirarme a mi misma... Y la prueba es esta. - se puso de pie y rebuscó en  su mochila. Sacó un pequeño paquete envuelto en papel de regalo. Me lo dio.

          - yo... No sé qué decir, no entiendo nada. - dije confusa.

          - Antes de abrirlo déjame hacerte una confesión por la que creo que acabarás odiándome. Pero he decidido ser sincera, transparente, sobre todo contigo. Clara...- volvió a hacer una pausa, pensando qué palabras usar. Yo comenzaba a marearme. - Clara... Te conozco desde hace mucho más tiempo del que tú te crees. La primera vez que nos vimos, ambas teníamos 11 años. Tu jamás te fijaste en mi, pero desde ese día nos hemos visto una vez al año, hasta el día en que me atreví a hablar contigo en clase. - estaba muy confusa. Me puse pálida.

          - Creo que me estoy mareando - ella cogió mi mano y miró a los ojos.

          - Clara, esto es importante. Lo que intento decirte es...

         

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