XI. DOLOR PROVOCADO

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          Asentí. Se echó un poco para atrás y yo me di la vuelta. Me quité la camiseta de espaldas a ella. Dudé un momento si girarme o no. Me volví muy lentamente sin levantar la mirada del suelo. La oí sorprenderse. La miré a los ojos. Ella tenía la vista clavada en las quemaduras circulares de mi abdomen, que tenía también por la espalda. Eran ya cicatrices. Se llevó la mano a la boca. Avergonzada, me tapé con la camiseta y salí por la puerta todo lo rápido que pude. 

-Clara, ¡espera! - me gritó siguiéndome. Agarré el pomo de la puerta principal y ella volvió a llamarme. - ¡Clara, Clara!  - frené en seco. Esperé a que dijera algo, sin girarme. Al no seguir hablando comencé a abrir la puerta. - Clara... - volvió a decirme.  Me giré para mirarla una última vez. Ella se quedó sin palabras. Noté algo en la mejilla. Estaba llorando y no me había dado ni cuenta. Otro motivo para estar avergonzada. Era consciente de que esta sería la última vez que la vería, o eso pretendía. - Lo siento - dijo. Me sentí culpable. No debería haber dejado que esto llegara tan lejos. Ella lloraba, yo lloraba. Quería huir, como siempre, pero una extraña sensación dentro de mí me incitaba a hacer algo que jamás en mi vida habría pensado hacer. Estaba asustada. Me acerqué a ella y sin pensar realmente en lo que hacía, rocé mis labios con los suyos. No puedo explicar por qué lo hice. Empezó lento, cariñoso y dulce. Dentro de mi quería consolarla por el dolor que la revelación que acababa de hacerle le pudiera haber provocado. Después la besé con pasión, casi con ira, pensando en que le había advertido que solía provocar dolor a quien se acercaba y que era mi culpa toda aquella situación. La besé sabiendo que lo hacía porque no la volvería a ver y lo deseaba demasiado. Me dolían las heridas de todo el cuerpo, pero aun así la besé con toda mi alma.  

        Aproveché egoístamente aquel último momento, sin vergüenza ya que no la vería más. Sentía un dolor enorme en el corazón. Yo intentaba aferrarme a ella en ese beso. Nuestras bocas se movían casi al unísono, bebiendo la una de la otra. Me acerqué aún más a ella, pegando nuestros cuerpos, sintiendo su calor. Su mano recorrió mi espalda desnuda hasta llegar al inicio del pantalón. No podía dejar que se me fuera de las manos.

          Me separé de ella con delicadeza, frenando poco a poco y poniendo fin al beso. Seguía llorando sin poder parar. Me mordí el labio queriendo guardar su sabor.  Apoyé mi frente en la suya. Ella secó alguna de mis lágrimas. Debía irme ya, pero se me estaba haciendo inaguantable. Me separé de ella y la miré a los ojos. Los tenía brillantes de haber llorado antes. Intenté hablar, pero el dolor me carcomía por dentro. ¿Por qué era tan duro? Ni siquiera la conocía.

-No podemos volver a vernos- dije rápidamente. Ella abrió mucho los ojos. Salí corriendo por la puerta que aún estaba abierta y bajé todo lo rápido que pude las escaleras mientras me ponía la camiseta. 

-Espera! - la oí gritar mientras yo abría la puerta del portal. Pero no podía detenerme. No podría pasar por eso otra vez. Ella no debía estar cerca de mí. Por eso irme era la mejor opción. 

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