XXXII. VEN AQUÍ, PEQUEÑA

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          Llegué a casa con el corazón en la boca y un nudo en el estómago. Me encontraba fatal. El haber vuelto corriendo tampoco había ayudado, sobretodo con la tormenta que cayó nada más salir del cementerio. Estaba calada, me ardian los pulmones, me sentía febril. Fui corriendo al baño y comencé a vomitar sin poder remediarlo.

          - ¿¡Clara!? - gritó mi padre desde el salón. Me había oído cerrar la puerta y salir corriendo - Clara, ¿Qué putas formas son esas de llegar a casa? - dijo saliendo de la sala al pasillo con la cerveza en la mano. - ¿Pero... Qué? - dijo al ver la puerta del baño abierta. Dejó caer la cerveza y vino a ayudarme. Me retiró el pelo de la cara y puso su mano en mi frente para que no me marearse con cada arcada. - creo que tienes fiebre- dijo. Comencé a escupir en el retrete, la boca me sabía a  mierda. Me tendió una toalla para que me limpiara. Intenté ponerme de pie pero me mareé y me caí. El me agarró justo antes de que mi cara se estrellase contra el suelo. Me cogió en brazos. - ven aquí, pequeña- hacía años que no me llamaba así. Me llevó hasta mi habitación, me tumbó en la cama y me puso los pies en alto.

          - Tengo que limpiar el baño- dije intentando levantarme pero me obligó a quedarme tumbada.

          - Hoy me encargo yo, descansa un poco- dijo ayudándome a desvestirme y volviendo a poner el gesto seco y la voz seria.

          - ¿Papá? - dije en un susurro. Él se giró y asomó su cabeza por la puerta. No le gustaba que le llamara así. Me miró - te quiero- le dije. Él frunció el ceño.

           - Ya lo sé - dijo sin más, y me cerró la puerta. Él nunca me había dicho que me quería, pero sabía que lo hacía... A su manera. Entre la fiebre y el cansancio me quedé dormida enseguida y eso, mezclado con todo lo vivído, dio paso a las pesadillas.

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