IV. NO HA SIDO CULPA SUYA

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          Ella me agarró del brazo.

-Espera, voy contigo - me dijo. Me giré y ella me siguió. Una vez fuera de la facultad me cogió de la otra mano. Caminamos un poco hasta llegar a un portal.

- ¿Qué hacemos aquí.? -pregunté, insegura. Ella abrió la puerta.

-Vamos, pasa - me dijo, y no sé por qué, yo obedecí. Nos metimos en un ascensor bastante espacioso. Me pegué a la parte del espejo y subimos en silencio. No aparté la mirada del suelo. Ella me abrió la puerta del ascensor y sacó las llaves. Al entrar en su casa me quedé impresionada. Era un lugar acogedor y luminoso. Muy limpio y colocado. Bastante amplio. De familia de bien, lleno de cuadros y cosas caras. Ella me ayudó a quitarme el abrigo, el cual se manchó de todas formas. Mi mano goteaba sobre el suelo de su salón.

          Cuando me di cuenta, inconscientemente, me agaché a limpiarlo con la misma mano y empeoré aún más la mancha.

- ¿Qué haces? - me preguntó y levanté la cabeza para mirarla.

-Perdona, te he manchado el suelo. Lo siento muchísimo. - Me cogió por los hombros y me ayudo a levantarme.

-Deja, no te preocupes. Eso es lo de menos. - dijo con una sonrisa en el rostro. Me quedé embobada por un momento contemplando lo guapa que era. - Ven conmigo- me llevó al baño, uno de los no sé cuantos que tendría esa casa. Me quitó poco a poco la venda.

-Uff ¿Qué te ha pasado? - preguntó, pero no le respondí nada, sólo bajé la cabeza. No se me daba muy bien mentir. Me miró de reojo y me dijo.
-Parece profundo, pero por suerte para ti, mi madre era enfermera y me enseñó a curar bien una herida. - sonreí inconscientemente, y ella también sonrió.

          Empezó a curarme la mano y yo comencé a mirarla y examinarla sin ningún tipo de reparo.

-Si te hago daño, dímelo ¿vale? - me dijo y yo sólo asentí. - ¿No eres muy habladora, ¿Verdad? -sonreí.

-No- contesté y ella se rio.

- ¿Por qué no me hablas de tu familia? - me dijo, y me puse rígida de repente.

-Yo... Prefiero no hablar de eso- le respondí y volví a apartar la mirada.

- Vale, tranquila. ¿Por qué no me dices cómo te has hecho esto? - me preguntó, terminando de limpiar la sangre de mi mano. Me examinó con detenimiento el corte. Tampoco le respondí porque no encontraba las palabras.

-Perdona, no quiero ser entrometida, no hace falta que contestes. - me dijo.

-No, está bien... Es una tontería. Esta mañana a mi padre se le cayó una taza al suelo y al quitar los trozos debí cortarme. No es culpa suya.

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