3. Johann

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 Ha amanecido y ninguna jodida Criatura Mágica me ha atacado. Por ahora. Es hora de buscar el Diamante, y sé quién podría darme una pista donde está y adonde tengo que ir. Sí no me dice... bueno, él se lo busco. Me levanto de la cómoda (pero no tan cómoda como la mía) cama y me doy una ducha rápida. Luego, me pongo unos bóxers, saco unos vaqueros negros y me los pongo junto con una camisa gris. Es un día soleado así qué por hoy, no me pondré mi chaqueta de cuero. El cristal de las puertas corredizas lo repare con magia, así que esta como nuevo. Espero que Aleesha haya recibido mi nota, bueno, es obvio que la recibió y espero que le haya gustado. Sí, por dentro, le gusto, lo sé.

Tomo mi maleta y salgo del hotel, encontrándome con las calles de Barcelona. Sí mi lado humano existiera, quedaría maravillado con España, pero ese lado está muy, muy enterrado. Empiezo a caminar, en busca  de un auto, hasta que veo un bonito Lamborghini rojo. Esto está mal, pero no me importa. No nací para hacer el bien.  Aleesha es la única que saca mí lado bueno, pero ella no está junto a mí en estos momentos. Me acerco al auto y  coloco la palma de mi mano frente a la cerradura. Giro mi mano y Click, ya no tiene seguro. Abro la puerta y me deslizo dentro del auto. Me inclino y busco cables debajo del timón. Los encuentro y enciendo el auto. Sería un buen ladrón de autos, lo sé. Arranco y salgo disparado por las calles de Barcelona.

Después de conducir por unas calles, llego a mí destino: Una choza, de madera, y en las paredes llenas de plantas pegadas. Aparco en la acera y me bajo. Subo los escalones y  toco el timbre. Después de unos segundos, la puerta se abre y aparece Micael; un hombre de estatura pequeña, gordo, barba color celeste cielo y viste como un duende, bueno es un duende.  Al verlo, le muestro mi sonrisa arrogante.

-Micael. – Lo saludo.

-Oh, no.- Dice y empieza a cerrar la puerta.

Velozmente, entro, y me paro frente a él, encarándolo. Es tan bajo, que su vista mira a mi pecho, así qué tiene que levantar la mirada.

-¿Qué quieres? – Dice, irritado. – No quiero meterme en problemas.

-¿Por qué siempre que vengo me dices lo mismo? – Sonrío.

-Porqué tú sólo eres problemas y nada más.

-Sólo quiero hablar…– Me encojo de hombros.

-Como no…– Pone los ojos en blanco. – Está bien. Venga, sentémonos.

Entramos a su “sala de estar” que sólo contiene dos sofás y una mesa, qué bueno, la pata derecha está quebrada y le ha puesto un libro para nivelarla y encima de la mesa, hay una botella de licor.

-Bonita casa. – Comento sarcásticamente.

-Cállate. – Nos sentamos en los sofás.

-Necesito información.

-¡Qué raro! – Odio su sarcasmo. Me pongo serio.

-¿Dónde está el Diamante de Sangre? – Mi voz suena fuerte y seria. Micael abre los ojos pero luego, se recompone.

-No lo sé. – Se encoje de hombros. Esbozo una sonrisa sarcástica.

-Dime. Ahora. – Exijo. – Sino… – Vacilo un poco.

-Lo juro, Johann, no sé.

-Dímelo, amigo, no quisiera acabar con tú vida en estos momentos. – Lo amenazo, pero con voz tranquila.

Blood DiamondsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora