39. Aleesha

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Me estoy volviendo loca. Y mala. Mi Dios, ataque a Johann… debo olvidar eso. Sólo es una fase de… todo esto. Yo sé que… Oh, ¿Para qué mentirme? ¡Me estoy volviendo loca! Y para aumentar el estrés, la audiencia es en tres días. Yo no he podido comentarle todo esto a mi novio, Johann y es que no sé cómo decirle… tengo miedo de lo que dicte el juez. Quizás no hay porqué asustarse, pero no lo puedo controlar, siento una enorme presión sobre mí.

Sin ganas de hacer nada, solo me mantengo en cama. Johann anda haciendo “cosas de negocios” y no sé si quiera se encuentra cerca. Papá se encuentra trabajando así que estoy sola en casa. ¿De qué sirve ser inmortal sino ocupas ese tiempo en nada? Quisiera nunca haberme convertido en maestra de la nieve. Digo, yo nunca quise ser algo así, tener poderes y esas cosas. Con los poderes de Johann me bastaba. Pero ahora, ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo renunciar a esto? ¿Nunca moriré? Porque me asusta vivir toda una eternidad. Mamá y papá morirán y yo seguiré viviendo. Todos se irán y solo quedaré yo.

Pego brinco al escuchar unas llantas rechinar. Una voz chillona suena a lo lejos… oh por Dios. Bajo corriendo los escalones y salgo al pórtico, encontrándome…

-¡Mamá! – Grito y me lanzo a sus brazos.

Mamá me recibe con brazos abiertos y lloramos juntas. Oh por Dios, cuánto tiempo. Nos abrazamos tan fuerte y estamos tan concentradas que no notamos cuando el taxi se va. Ella huele a hogar, ternura y dulzura. Dios, cómo la extrañe. ¿Cómo no hacerlo? Es mi mamá, la mejor mamá. Seguimos sollozando si parar. Nos abrazamos como si el mundo dependiera de ello.

-Oh, mi hija… mi bebé, mi amor… ¡te extrañe tanto! Dios, te amo tanto.

-Lo sé, mami, lo sé. Yo también te amo.

-¡Me encanta tú cabello! – Su reacción es buena, la de papá fue… rara. Pero lo supero.

Nos separamos solo para volver a abrazarnos. Su piel es suave y delicada. Me alejo un poco solo para besarle las mejillas, la nariz, las lágrimas, los parpados y su frente. Sólo quiero borrar todo rastro de lágrimas. Nos separamos y ella intenta levantar su maleta  pero es pesada, así que lo hago yo. Ahora que soy Maestra de la Nieve, soy más fuerte, así que no siento que pese.

-¿Por qué traes maleta? Digo, la audiencia es pronto.

-Yo… no lo sé. – Ella se echa a reír. Yo también.

Entramos a casa con las maletas y mamá mira alrededor. Como no sé dónde dejar las maletas de mamá, sólo las suelto, dejándolas caer al suelo con un sonido sordo.

-Bueno, no está mal. ¿Dónde está ese tonto?

-Mamá…

-¡Lo siento! ¿Dónde está tú padre?

-Trabajando. ¿Quieres algo de tomar?

-Un coñac seria excelente…

-¡Mamá! No mantenemos alcohol en casa.

-Un café, pues. – Dice con decepción.

Me encamino a la cocina y preparo un café. Escucho como unas voces invaden en la sala. Escucho a Diamond y a Alex. Llevo el café hasta mamá y se lo entrego; los chicos me ven con una sonrisa.

-¡No puedo creerlo! Al fin la conozco y… ¡Oh, mierda! ¡Tú cabello! – Chilla Alex.

-¿No… no me queda bien?

-¡Claro que sí! Se te ve genial, disculpa, es sólo que… Dios, es un cambio total. Te ves hermosa. – Alex me abraza.

-Un gusto conocer a los amigos de mi hija. – Todos nos sentamos en los sofás. Diamond me regala una sonrisa. Le guiño.

Blood DiamondsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora