He avanzado, junto a Blaz, mí padre, y hemos llegado a la puerta Doscientos Ochenta y Nueve y el sonido de cadenas que se arrastran por el suelo no ha cesado, mejor dicho, a aumentado. Gracias a ese sonido, me mantego alerta, al igual que Blaz. Antes Blaz era un gran Dios pero ahora, sólo es un viejo con poderes. Sé qué eso no me pasará amí. En serio. Por otra parte, estoy enojado con Anabel, maldita ¿Cómo se le ocurre revivir a Blaz? Espero que Aleesha le diga mí recado a Anabel, frente a Celeste. Uf, estoy seguro que Celeste se convertirá en un Perro del Infierno cuando se entere. Pobre de Anabel.
Blaz y yo no hablamos, a veces le veo de reojo, ya que tengo que mantenerme alerta por él y por cualquier ruido. Espero que Aleesha se encuentre bien, saben, no quiero que nada malo le pase. Yo la adentré a este mundo, mí mundo, y tengo que protegerla.
Yo voy a dar todo por mantenerla a salvo, eso jamás lo dudes.
Ya me cansé de mantenerme veinte metros bajo tierra. Odio estar en éste laberinto subterraneo, pero nada le puedo hacer, porque cuando regrese, sabré que todo valió la pena. Jamás me arrepentiré de las cosas que hice por Aleesha; aunque ella no me quiera; aunque ella no sea la Indicada. ¿Qué más da si ella no puede romper la maldición? Yo la amo y eso es lo importante. Pero sí es ella la Indicada y la rompe, no estaría nada mal. ¿A qué no?
- Huele raro aquí.- Dice Blaz, arrugando la nariz. Qué idiota; piensa que haciendo eso olerá mejor.
Empiezo a oler y lo siento. Lo huelo, quiero decir. Huele a putrefacción, a sangre, a muerte. El sonido de las cadenas empieza a sonar más fuerte y del fondo del pasillo de roca (Ahora las paredes son de roca), veo a... ¡No puede ser! ¡Ante mis ojos se encuentra Las Niñas del Horfanato! Creo que no debería estar impresionado, incluso, tendría que tener miedo, pero, ¡Por favor, yo no le temo a nada! Y es cuándo lo veo: detrás de la primera que vi, vienen todas, TODAS, sus hermnas (Con hermanas quiero decir, todas las niñas del horfanato).
Todas son igual, todas son identicas, es como si todas hubiesen salido de la misma vagina. Su piel es blanca, completamente blanca; su cabello es largo, color blanco amarillento, pero es muy fino; son extremadamente delgadas, parecen una rama seco de un árbol desnutrido; son altas, de 1.90, mínimo; sus ojos están cocidos con hilo negro, eso impide que vean; su nariz es larga, definida y punteaguda, su boca, es normal, lo único es que no tienen dientes. Todas van con unas braguitas, no tienen pechos, son completamente planas. Con las braguitas se ven peor: sus piernas son horrendas.
Todas empiezan a acercarse a nosotros, retrocedemos pero me doy cuenta que, detrás de nosotros también hay. Blaz y yo nos paramos en seco. Tenemos que hacer algo. Blaz me mira, yo le miro. A mí señal. Le comunico de mente a mente. Asiente. Nos vijamos en estos monstruos. Blaz se posiciona detrás de mí, de espaldas.
- ¡Ahora! - Grito.
Y se desata la guerra.
Con un movimiento, saco mi varita celestíal, que la guardo debajo de mí túnica. Me lanzo sobre las que tengo frente. Lucharemos sin Elementos. Por ahora. Un monstruo se posiciona detrás de mí para atacar, pero le doy con mí codo en su nariz. En este momento, son como quince contra uno. Quince contra mí. Salto y lanzo mí pie; voto a tres. Caígo y sigo luchando. Doy puñetazos, clavo la varita, quiebro nucas, saco corazones, rompo extremidades, pero aún así, hay demasiadas.
Me volteo y puedo ver a Blaz, que lucha como puede. Sé qué dije que no utilizaríamos los Elementos, pero es necesario. Nos derrotarán. Y matarán a Blaz. Sí va a morir, quiero que muera por mis manos. Nuevamente. Ahueco mis manos hacia Blaz y antes de qué descarge la bola de fuego, que iba a mandar, Blaz grita:
-¡Detrás de ti!
Pero es muy tarde. Siento el pinchazo en mi cuello. No sé que me estarán inyectando, pero es potente. Tanto, que mí visión es borroza y todo da vueltas. Siento mareos y caigo al suelo.
No he abierto aún mis ojos, pero estoy consiente y escucho a la perfección. No estoy muerto, claro, pero, ¿Qué carajos me inyectaron esas putas? Intento moverme y me doy cuenta que estoy esposado por las muñecas y que estoy sentado en el suelo. Ojala pudiera deshacerme de estás esposas, pero no puedo, están hechas de oro celestial y con el más mínimo movimiento, me corta la piel. Todo es silencio, hasta que escucho que alguien tose y estornuda. ¿Ahora, quién se enfermó? No abro mis ojos porque no pueda, no, sino porque no quiero. Me siento cansado. ¡Y estás malditas esposas me cortan! Claramente, el oro no es muy potente, de unos siete quilates, pero si fuese de unos quince quilates, estaría retorciendome de dolor. Alguien vuelve a toser. Abro mis ojos y veo que estamos en una caverna. Y Blaz frente a mí, esposado, también.
- ¿Qué carajos pasó? - Le pregunto. Mi voz suena ronca.
- No lo sé, hijo, despúes de que te inyectarán a ti, me inyectaron a mí.
- Joder...- Siento un enorme dolor de cabeza.
- Tienes que salir de aquí.
- ¡Oh, vaya, padre, y yo que pensaba quedarme aquí! - Digo con sarcasmo.
- Deja tu sarcasmo y arrogancia, Johann, esto es serio. Sé algo que tú no: nos encontramos en la puerta Cuatroscientos.
¿Cuatroscientos? ¡Oh, que bien! Las huerfanas me hicieron un favor.
- Cuatroscientos...- Susurro.
- Sí. Y sé como librarnos de estás esposas.
- Ningún hechizo puede romper el oro celestial.
- Sí tú lo dices...
- Habla.
- Un hechizo. Muy fuerte. Tú madre me lo mostró.- Ante ese recuerdo, sonríe.- Sí quieres salir, concentrate y repite después de mí. ¿Listo?
- Vale.
Blaz cierra sus ojos y hago lo mismo. Me concentro, pensando en poder romper estás jodidas esposas.
- Síclomis merfasís, cansedrú rodeús-to - Repito el conjuro.
Tras repetir unas cuántas veces, empiezo a sentir como las esposas empiezan a aflojarse. Y ya no hay esposas. Ya no hay nada. Somos libres. Abrimos nuestros ojos y nos levantamos, como podemos.
- ¿Cómo sabes eso? - Pregunto.- Se supone que yo me sé todos los hechizos.
Sí, me sé todos los hechizos no porque yo quiera o haya estudiado, no, simplemente, los sé. Todos y cada uno están grabados en mí memoría.
- Es un Hechizo Negro, hijo.
- Oh...
Empezamos a caminar hacia la puerta, pero de pronto, el suelo empieza a temblar. Muchas vienen aquí. Corriendo. A por nosotros.
- Tienes que quitarme todo mí poder. Sabes el conjuro. Tienes que hacerlo, ellas te quieren a ti; tienes que estar más fuerte. Hazlo. ¡Ahora! - Grita Blaz.
Sí le quito (o mejor dicho, le robo) todo su poder, el morirá. Morirá para siempre. Y nada ni nadie podrá traerlo a la vida. Inconsientemente, ahueco mis manos en su pecho.
- Tendrás que morir, pero algo robaré de ti.- En realidad, ese no es el hechizo, bueno sí, pero en español.- tú poder será mío y prevalecerá; seré invencible y morirás.- Y le extraígo todo su poder.
Es como succionarle el alma. Todo su poder se esta yendo a mis manos. Una energía potente empieza a invadirme el cuerpo. Cuándo he extraído todo su poder, Blaz se vuelve cenizas. Ahora, sí qué soy invencible. Los poderes que erán de Blaz ahora son más fuertes en mí. Las huérfanas ya están aquí. Son como mínimo, cien. Se lanzan sobre mí y la lucha comienza, de nuevo. Clavo la varita, arranco corazones, desnuco cuellos y aún así, hay muchas. De pronto, siento un agudo dolor en mí bíceps de mí brazo derecho. Lo ignoro. Me detengo y me concentro. Y ¡Bum! De mí cuerpo, sale disparada una onda de oro y plata celestial. Es como si hubiesen salido de mis poros. Y ya no hay nada. No hay conquién pelear.
Salgo de la caverna, encontrando una habitación sin puerta. Estoy atrapado. Con un movimiento de mano, empiezo a levantar enormes terrones de tierra, formando un túnel. Cuándo he logrado hacer un buen túnel, de mi altura y de ancho dos metros, entró en el. Estúpidas huérfanas. Creyeron que no encontraría la salida, pero miren, par de imbéciles, he logrado salir.
Frente, está la puerta Cuatrocientos Tres. Tengo que seguir. Pero... joder, estoy cansado. Y antes de que lo noté, me desplomó en el suelo.

ESTÁS LEYENDO
Blood Diamonds
FantasyAleesha ha descubierto la Maldición de Johann y se enteró que ella podría romperla. Pero Johann no está dispuesto a arriesgarse, ya que podría morir si no es la indicada. Por esa razón, Johann ha decidido buscar El Diamante de Sangre, que es lo úni...