Capítulo 7

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Ha pasado ya algo más de una semana después del incidente de las duchas y de la caseta del jardinero.

Cuando abrieron la puerta, mi corazón estaba desbocado y parecía que se me iba a salir del pecho. Me quede parada, no sabía que hacer. Pero Alexandro me bajó de la mesa, cogió la ropa que me había quitado y me arrastró de la mano hasta detrás de un mueble.

Nos escondimos allí, detrás de ese viejo mueble lleno de polvo, hasta que escuchamos de nuevo la puerta y una llave cerrándola. Estuvimos unos minutitos más para asegurarnos de que no hubiera nadie para poder salir.

Nos empezamos a reír y me vestí, él me dio un corto beso en los labios y nos fuimos.

No volvimos a hablar nada de ese momento, como tampoco supimos nunca quién había entrado en esa caseta. Nuestra relación no ha cambiado a peor, incluso ahora estamos más cercanos que antes. La atracción ha desaparecido entre nosotros y todo está más tranquilo.

Al principió me preocupé y obsesioné a partes iguales con el tema de que nos pudieran haber pillado. Pero después de una semana y que nadie nos haya echado cuentas de nada, estoy más tranquila, es decir, si yo veo a alguien, se lo digo al momento o como mucho al día siguiente. En cambio, Alexandro siempre ha estado de lo más tranquilo, en serio, le admiro.

Con Áyax no ha habido más comunicación que la justa, la típica de profesor y alumna. No ha habido más castigos, y muy a mi pesar no he pillado más miradas suyas.

A veces pienso que soy masoca, porque prefería, incluso hasta lo he deseado esta semana, que me castigara, me gritara, me daba igual, cualquier cosa, pero nada, solo ha tenido indiferencia.

Y ya sabéis lo que dicen, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.

A mí, Áyax, me da igual. Pero siempre me ha gustado tener a todo el mundo comiendo de mi mano, o por lo menos desde la separación de mis padres.

Que ese es otro tema, ni una sola llamada, ni un solo mensaje, nada de nada. De mi madre me lo esperaba pero de mi padre...

Llevo aquí una semana, no digo que me haga videollamada todos los días, puesto que en casa tampoco hablabamos demasiado. Pero enviarme un mensaje no le hubiera costado nada.

Ahora que lo pienso creo que él solo quería deshacerse de mí. Y puso como excusa que me portaba mal. Pero sinceramente, me da exactamente igual, no me hace falta ninguno de los dos.

De mi hermana tampoco he tenido mucha información, pero en su caso es totalmente comprensible, está todo el día viajando y le es difícil encontrar wifi.

Hoy estamos a jueves, y va a ser un gran día, o eso espero. Al menos eso me digo.

Las clases han pasado tranquilas, y es la hora de comer. Estamos todos en la mesa. Todos estamos muy nerviosos.

-¿De verdad qué nadie va a saber qué hemos sido nosotros?-pregunta Melany asustada susurrando.

-No seas tonta, todos vamos a estar en educación física, dinos ¿quién iba a sospechar de nosotros?-le pregunta Dereck.

-Esa estúpida va a darse cuenta de que se le ha acabado su reinado.-digo con cara de santa.

-Das miedo, diciendo esa frase con esa cara de angelito.

-Gracias Nick, eso es lo que pretendo, dar miedo. Si no, no haces nada en la vida, o das miedo o te comen.

-Con la gente normal no hace falta ser así.-apunta Lara.

-Tú lo has dicho con la gente normal, pero con las vívoras es así, lo aprendí hace poco.-respondo tajantemente.

Mis queridísimas amigas de Barcelona me dieron este gran consejo, obviamente no con sus palabras, más bien con sus actos.

El caos en la tempestad: EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora