Capítulo 25

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POV Áyax

Saco otro cigarrillo de la cajetilla, viendo que es el último, gruño poniéndolo entre mis labios. Espachurro la caja con todas mis fuerzas para luego arrojarla contra la pared de fuera del gimnasio. 

Puede que este sea el tercer cigarro o puede que no, la verdad es que he perdido la cuenta. Mi cabeza va a doscientos por hora intentando pensar en una solución para el problema.

Si en algún momento alguien llegará a descubrir mi secreto con Laia sería mi ruina.

Cuando acabó la guardia de biblioteca recogí mis cosas y me fui lo más rápido que pude. No quería estar más tiempo allí, quería alejarme de mi pecado, como si así fuera posible borrar lo que ha sucedido estos meses. No han sido muchos pero posiblemente si que los más intensos.

Intento aclarar mis pensamientos, darme cuenta de lo que quiero hacer. Y ver si me sale rentable seguir con este juego.

¿Qué es lo peor que me puede ocurrir?

Ir a la cárcel, porque iría, eso seguro.

¿Merece la pena irme a la cárcel por unos minutos en el paraíso?

Cierro mis ojos inspirando el frío aire de Francia, y mi pecado hecho carne aparece ante mí.

-¿En qué estás pensando?

Abro mis ojos y me la encuentro a ella.

-En nada.-la contesto con la mirada más fría que puedo.

-Estabas sonriendo, no lo intentes ocultar.-se apoya en la pared y mira al infinito.-Lo voy a intentar adivinar.

-No deberías estar aquí.-la regaño tirando el cigarrillo.

-Tranquilo tengo coartada. Se supone que he venido a por una cosa que he olvidado en el vestuario.

-¿Cómo sabrías que estaría aquí?-la pregunto abriendo el gimnasio y dejándola pasar.

-No sé, un presentimiento. Entonces, ¿qué me das a cambio?-me dice girándose hacia mí.

-¿A cambio de qué?-la pregunto mirando el movimiento de sus dulces labios cada vez que habla.

-Estás empanado. A cambio de que adivine en que pensabas para sonreír como lo hacías.

Retiro la mirada y la adelanto por la derecha dirigiéndome al despacho. No sabía que estaba sonriendo mientras pensaba, pero nunca se enteraría de que era por ella. Al parecer mi subconsciente me traiciona si cuando pienso en ella sonrío. 

Qué idiota soy.

Me siento detrás del escritorio y saco unas notas que tengo que pasar a limpio. 

-¿Se puede saber que mosca te ha picado? Hace unas horas me estabas sonriendo.

Suelto el bolígrafo a un lado, miro al reloj que tiene la pared de detrás de ella y paso mis dedos entre mi pelo. 

Sopeso la idea de contárselo, pero al mirarla a los ojos arrojo la idea a la papelera. Sé qué haría lo posible para hacerme cambiar de idea, y yo no resistiría mucho. 

La observo, Laia está de pie delante de mi escritorio, esperando pacientemente a que la conteste. Y yo tengo ganas de gritarle, decirle que se vaya, qué se aleje ella. Porque a mí me es imposible, me es imposible no sentir hormigueos en las yemas de los dedos cuando estamos a menos de dos metros de distancia, al querer tocarle el cuello. 

Toma asiento delante de mí, pasa su lengua delicadamente por sus labios y habla.

-No sé lo que está pasando por esa cabecita tuya en estos momentos. Pero tu actitud me recuerda a otra actitud tuya pasada. Y sinceramente me da mucha pereza volver a pasar otra vez por todo. No voy a ir detrás tuya. Cuando te aclares me buscas.

El caos en la tempestad: EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora