Capítulo 16

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Golpeaba el lápiz contra el pupitre de forma repetitiva, estaba nerviosa pues Shadow no dejaba de clavarme la mirada desde que comenzó el día, y mi mente no dejaba de repetir aquel beso. Estaba mirando la nuca grasosa del profesor, ignorando completamente su clase.

Harta, dejé caer mi frente y susurré:

-Vaya noche de mierda - aunque, al parecer, no lo susurré-.

-¡Rose¡ ¡No voy a permitir ese vocabulario en mi clase, fuera! -él señaló la puerta, mientras que los demás no dejaban de mirarme con pena o diversión-.

Guardé mis cosas, tome mi mochila y me salí de ahí, azotando la puerta y ganándome otra queja del profesor, a lo cual sonreí con malicia.

Caminé por el pasillo, viendo en que lugar podría refugiarme, hasta que uno llamó mi atención: "Drama y artes plásticas", leí en voz baja y después ingresé con cuidado al salón, importándome poco si había clase o no, pero mi sorpresa fue que nada más había uno ahí.

Conocía esas dos colas, así que con cuidado agarré una silla y la posicioné para ver que era lo que hacía, dándome cuenta de que me hacía a mí en arcilla. Miraba divertida la escultura, hasta que escuché sollozos, no pude más y comencé a carcajear, ganando así su atención.

-Amy... -dijo de forma simple y firme, mientras limpiaba el resto de sus lágrimas, ahora vestía cosas más coloridas, antes sólo llevaba colores grisáceos u oscuros- Que alegría verte.

Se levantó y trató de abrazarme, por lo cual yo me levanté  y rodeé su escultura, era mi yo de hace años, que horror.

-¿Alegría? Pfff... Esas son patrañas, Miles, ustedes estaban más alegres cuando yo me fui de aquí.

-Amy, eso está en el pasado, superalo.

-Jaja, ¿crees que es tan fácil superar el que ustedes me traicionaran y me dejaran hecha mierda? ¿No crees que si fuera tan fácil como dices, yo estaría de nuevo aquí? ¿Sabes? Las heridas nunca sanan, quedan cicatrices, y sólo si decides hacer algo, las cicatrices sanan.

-¿Y tú que decidiste? -preguntó ahora nervioso, pues yo mantenía la mirada fija en la escultura-.

Aventé la escultura con fuerza, manchando todo e incluso mis propios zapatos, él comenzó a llorar de nuevo, por lo que tomé la mochila que reposaba en donde estaba al principio y me acerqué a su oído.

-Hacerles la vida imposible-.

Salí de ahí con un aire de victoria y malicia, pues los llantos de él retumbaban por todo el lugar.

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