XXIV

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Todos y cada uno de los días durante los últimos dos meses y medio han sido lo mismo para mí. Pasan frente a mis ojos como una secuencia que se repite, una secuencia insípida, frustrante, sin emociones. Una mala película a blanco y negro de los años 50's. Una reverenda basura.

Las llamadas de Shawn se detuvieron hace tres semanas, fueron constantes todas las noches. Una tras otra. Temía cuando sentía mi móvil vibrar porque sabía que era él, temía porque mi corazón se moría de las ganas por que contestara y fingiera amnesia sobre la situación en la que nos encontrábamos para decirle que lo amaba.

En dos ocasiones llamó y dejó mensajes de voz, que posteriormente escuché. Ambos tenían un factor en común: una voz que no reconocí al inicio, pero que, conforme siguió hablando entendí. Estaba alcoholizado, muy probablemente su embriaguez era leve, pero yo lo noté.

Tenía miedo de que te fueras, sin embargo, lo hiciste... un miedo menos, mein Schatz.—arrastraba un poco las palabras y su voz era áspera, no se encontraba bien. Me sentí culpable.—Aún así, te voy a amar cada uno de los putos días que siga con vida.—finalizó sorbiéndose la nariz y colgó.

La siguiente vez su voz se escuchaba igual.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche...—comenzó—Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.—hizo una pausa y creí que así terminaría el mensaje de voz, sin embargo, agregó:—¿Sabes quién es, Eva?—se sorbió la nariz.—Por supuesto que lo sabes, es uno de tús poemas favoritos. Y lo has convertido en uno de los míos.

¿Por qué hacía esto?

Inevitablemente lloré, me hundí en las sábanas de mi cama y me abracé a la almohada, buscando consuelo en un objeto que obviamente, no podía dármelo.

«Tú hija te necesita Shawn. Es con ella con quien debes estar.» pensaba con dolor. Yo también te necesito, es verdad. Pero no puedo, no me parece correcto.

Posteriormente, la primera noche en que no hubo llamada entrante, rompí en llanto, amargo llanto. Shawn probablemente ya lo había entendido y aceptado. Y aunque era lo mejor para todos, me dolía. Se había acabado.

No me gusta culpar a un órgano que no tiene la culpa de los errores del sistema límbico, pero, EL CORAZÓN Y SUS PUTOS ERRORES.

Dentro de la tormenta que venía siendo mi vida, había podido encontrar un poco de tranquilidad refugiándome en el ejercicio. Si estaba desgarrada por dentro, que más daba estarlo también físicamente. Apenas y me instalé en un lugar y organicé mi tiempo entre el hospital y los deberes que ahora tenía, busqué un gimnasio y me inscribí, al menos allí el sufrimiento de mi cuerpo sobrepasaba al emocional. Terminó ayudándome a soportar el cansancio de las guardias, a aumentar mi resistencia.

Camille no estuvo de acuerdo con que huyera, me odio al principio, pero me consoló después. Lo mismo pasó con Mike. Los he extrañado desde el instante en que llegué a esta ciudad. Cuando hablo con ellos, aún siento que hay algo que no me dicen, pero ya no quiero insistir, sólo quiero salir adelante.

Todo el dolor tiene que ser reemplazado o al menos cubierto con una máscara en el momento en que doy el primer paso dentro del hospital, y la verdad, no me ha sido difícil olvidarme de todo, porque allí he encontrado sufrimiento en diferentes rincones y alegría en algunos otros.

Sufrimiento cuando un hijo se despide de su padre, o viceversa. Alegría y regocijo cuando en tococirugía reciben una nueva vida, o cuando la campana de la victoria vuelve a sonar en oncología.

Hospital [Shawn Mendes] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora