Capítulo 3 Dhana

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Me duele el bendito trasero de estar sentada tantas horas, eso sin contar la escala que se demoró tres horas. Creo que mi raya termina por borrarse si permanezco sentada una hora más.

Por más cómodos que sea viajar en primera clase, mis nalgas comienzan a reclamar por su libertad y me niego a perder lo único que resalta en mi cuerpo.

—¿Cómo diablos puedes estar tan tranquilo, después de tantas horas de vuelo? —sonrió burlón.

—¿Crees que no me duele? — firmé con mi cabeza, aun avanzando para recoger nuestras maletas —fácil, si me froto mi trasero tal como lo haces tú, en estos momentos también tendría todas las miradas puestas en mí —me detengo de golpe y giro con disimulo hacia todos lados, aclaro mi garganta y ajusto mis anteojos como el típ nervioso que tengo, cuando estoy muerta de vergüenza.

En efectivo, todos me miran y en especial mis movimientos frotadores de mi retaguardia. Lo más seguro es que tenga un color rojo como los de la sangre que corre en cada de nuestros operativos.

«¿Es necesario comparar precisamente con eso, Dhana?... Si, es lo más parecido a mi rostro en este momento»

—Imbécil —hablo bajo en cuento reacciono y llegó hasta él —¿Ves en los aprietos que me pones? —lo culpo de mi bochorno.

—¿Yo? —trata de contener su diversión —pero si la que está llenando de envidia por tener ese trasero, tanto a hombres como a mujeres; eres tú— mordió su labio —tú te estás exhibiendo sin ayuda de nadie. —¿te diviertes cabrón?

—Si, es tu culpa; si no me hubieras hecho ver que todos me observan, yo seguiría feliz de la vida llenando de mimos a mis nalgas. Que estoy más que segura tienen marcadas todas las líneas de mis jeans —lo reprendí entrecerrando mis ojos —además, ¿Por qué dices que los hombre lo envidian? —interrogué curiosa, digo puedo esperarlo de las mujeres.

—Dany, créeme cuando te digo que los hombres envidian ese trasero más que las mujeres — hablamos mientras buscamos nuestras maletas entre unas cuantas docenas más —y no precisamente puesto tras de ellos. —claro Dhana, tenías que haber pensado en eso. —la verdad no logro entender, como puedes llamar la atención de los hombres cuando traes esa camisa de cuadros tan pésima y que hasta a mí me queda enorme.

—¡Cabrón! —di un codazo en su costilla y se quejó del dolor —exagerado, apenas y te toqué. —me miró queriendo tragarme.

Digo, no es que mi camisa sea de temporada y se ajuste a mi cuerpo, pero no me queda enorme... ¿O sí? Bajo mi rostro con disimulo examinando mi atuendo, tal vez un poco grande pero no es la gran cosa, un par de kilitos lo soluciona todo... Hamburguesas ahí te voy.

—¿Crees que vendan hamburguesas por aquí? —me coloco de puntillas ajustando mis anteojos para observar mejor y hago una mueca al no poder ver más allá de los cuerpos que tengo frente a mí.

—¿Sabes que esa grasa se irá directo a tu trasero? —una angustia se vino a mi pecho.

—¡Nooo! —dramaticé, pero me niego a eso, si así ya es difícil meterme los jeans, dejando mi cintura nadando entre tela y mis nalgas asfixiándose por lo apretadas que están.

—¿Sabes que mientras estas fuera de tu papel de policía, eres un dolor de culo? —entre cerré mis ojos y ajusté mis anteojos de los años cincuenta.

—Y cuando estoy en mi papel de policía excelente —enfaticé en lo último —¿No lo soy? — lo miré expectante y él sonrió.

Pequeña TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora