Capítulo 22 Franco

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Me encuentro desayunando en silencio, bajo la atenta mirada de burla del imbécil de Artur. Mi humor esta mañana es como para desquitarse con el primer bastardo que se le ocurra atravesarse en mi camino.

—¿Así que también anoche te dejaron con las pelotas cargadas? —levanto la mirada, lanzando la peor de ellas. —¿Amanecimos de mal humor? pregunta apretando los labios.

Artur me conoce a la perfección y sabe que cuando me encuentro de este humor, es mejor mantenerse alejado. Pero como no estar furioso, después de la forma en la que se fue mi gatita anoche, dejándome con la palabra en la boca y prácticamente mandándome a la mierda. Eso no se lo pienso permitir, tiene que aprender a ser una verdadera sumisa, por que quiera o no, sé que terminará por serlo.

Me niego a no volver a estar dentro de ella, por primera vez me sentí completamente satisfecho, completo en todos los sentidos y esa sensación de paz, el desconectarme de esta mierda en la que vivo, solo ella lo ha logrado.

Es perfecta para mí, es perfecta para ser mi sumisa, es perfecta para acogerme dentro de ella y para poseerla cada jodida noche en cada una de las posiciones que existen y las que hay por descubrir.

—No me jodas, —digo entre dientes —¿Te encargaste de que les llevaran más ropa? —sé que aún no tienen nada con ellas, por eso me tomo esa molestia.

—Si, también me encargué que les enviaran el desayuno. —deja su tenedor a un costado, mientras yo sigo con mi desayuno —¿Que te tiene de mal humor? —pregunta, mientras yo limpio mis labios con la servilleta y me reclino en mi silla. —no creo que Tylor se te haya escapado viva anoche, y no lo digo por tus dotes con respecto a las mujeres —da un trago a su café —pero es tan evidente las ganas que se traen ambos, que dudo mucho no haya sucedido nada entre ustedes. Pero lo que no comprendo es porque tu humor de mierda después de saciar sus ganas.

Que fácil seria mandarlo a la mierda y enseñarle que no se meta en mis asuntos. Pero este cabrón, aparte de ser mi mano derecha en los negocios, es como mi hermano y nunca le oculto nada.

—Anoche la tuve conmigo, esa mujer es mía Artur, esa pequeña gatita fue creada para mí. —me escuchaba como un maldito posesivo enfermo, pero es la única forma de darme a entender —no comparo a las mujeres, jamás lo he hecho y jamás lo haré. Pero lo que experimente con ella, es nuevo para mí, me desterró de todo esto —levanto mis manos, mostrando todo a mi alrededor. —es tan receptiva a mí, pero la muy cabrona no lo ve así. Prácticamente me mandó a la mierda cuando se dio cuenta a donde la había llevado, y más aún cuando le hice ver que es el único lugar donde podría haberla llevado.

Me froto el puente de la nariz al recordar su rostro con gestos de desilusión cuando se lo dije. Solo que es mejor que lo tenga claro desde un inicio y no se haga falsas ilusiones. Por esa razón no salí tras ella, preferí dejar que asimile las cosas y no presionarla más.

¿Y mi mal humor?, después de ducharme y meterme en la cama, no pude mantener mi jodo miembro quieto en toda la noche. Me negaba a masturbarme porque ya no soy un adolescente para recurrir a ello. Pero el dormir desnudo y con la verga parada, dura y con los huevos tan tensos que y cargados, que el solo roce de la sabana me lastimaba al estar tan sensibles.

Esta mañana estaba peor y ni l ducha fría lograba controlarme. No dude en dejar mi ego a un lado y terminar masturbándome mientras no separaba de mi rostro las bragas de mi gatita rebelde. ¿Enfermo?, si, lo soy, por eso me encuentro así de molesto, el saber que esa pequeña gatita rebelde tiene tanto poder sobre mí, hace hervir mi sangre.

—¿La llevaste a tu taberna? —pregunta incrédulo —joder jefe, no creí que fueras imbécil —empuño mi servilleta y levanto mi rostro.

Pequeña TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora