Fetiche.

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Todas las personas mantenían un fetiche.

Unas más extrañas que otras.

Colores, ropa, frases y más, que sinceramente, no se atrevía a averiguar.

Todo había comenzado el día en que su padre le había presentado, al que sería luego de un tiempo, su "tío"favorito.

Ellos no compartían lazos sanguíneos, ni siquiera el apellido, pero Howard se alzaba el pecho lleno de orgullo diciendo que Steve era como el hermano que nunca tuvo, que le tenía el cariño que se le tiene a un hermano, que siempre será parte de su familia... Miles y miles de palabras relativas a la gran amistad de ambos.

Tony no le tomó importancia... Qué más daba si lo único que le interesaba era ese rubio de músculos firmes, ojos azules y actitud recta y moral.

Ambos tuvieron esa química, que jamás en su vida creyó que existiera.

La tensión sexual estaba presente en todo momento.

Las cosas fueron más lejos, no una vez, no dos veces, fueron varias.

Los encuentros sexuales con Steve Rogers eran maravillosos, fantásticos, alucinantes... Era lo que mantenía a Tony en las nubes.

Un día, en esos donde el calor superaba a la razón, justo en el momento en que Steve no se cansaba de torturar su próstata, sus labios dejaron escapar una pequeña frase... Una que jamás en su vida pensó decir.

—Agh... tío Steve...

¿Quién imaginaria que esa pequeña frase encendería el morbo de su Capitán?

Luego de disculpas y sonrojos, Anthony saboreó su nuevo descubrimiento.

Su querido Cap tenía un fetiche después de todo.

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Su cuerpo fue estrellado de frente en la pared, mientras esas manos toscas que tanto conocía, se situaron en sus caderas y unos labios hambrientos degustaban su cuello expuesto.

—S... Steve... —La mano del soldado se coló en su ropa y atrapo uno de sus pezones. Tony gimió ante el toque; era sensible.

—Me encantas, Tony. —Gruño en su oreja mientras la mordía suavemente.

Al Cap le gustaba morder.

Anthony se encorvó pegando sus glúteo a la erección, que penosa, se mantenía distante.

Un gemido basto para terminar con el autocontrol del rubio.

Sin esfuerzo alguno, cargo el cuerpo del menor y subieron a su habitación.

En cuanto atravesaron la puerta, Steve lanzo el cuerpo del castaño a la cama y como un lobo hambriento, se quito la ropa lo más rápido que pudo, para lanzarse encima del chico.

—Steve... —Tony se sentía  como mantequilla entre los brazos del soldado.

Era tierno, pero rudo, era romántico pero obsceno, era dulce, pero salvaje.

Una combinación lo bastante rara, pero no imposible.

Pronto se vio sin las prendas que vestían su cuerpo y la cara enterrada en la almohada.

Sintió la palma del Capitán en su espalda, evitando a toda costa que pudiera incorporarse y como levantaba sus caderas, exhibiendo, su rosada entrada.

—Agh... Steve... Ya... —Los dedos del rubio se colaban en la entrada anal, mientras la boca del hombre lamia y besaba lo que alcanzará en su espalda.

Una y otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora