Oportunidad

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Decir que era solicitado, era poco.

Si pudiera enumerar a todas las mujeres que le juraban amor eterno y le veían la cartera.... Jamás terminaría.

Tony estaba cansado.

—Pensé que te divertías. —Quiso burlarse Pepper, pero la mirada de su jefe paró su acción.

—Eso fue antes.

Admitía que le gusta la vida de atenciones y, en variadas ocasiones, de excesos.

Pero cada quien tiene un límite.

—Señor Stark. —Una mujer de baja estatura, entró con un gran ramo de flores—. Son enviadas especialmente para usted.

El castaño miro el gran arreglo.

Pepper le mando una pícara mirada.

—Tony...

—Son de Rogers ¿Verdad?

—Es él único que tiene esos detalles.

Steve Rogers era un estudiante de Universidad.

Se habían conocido gracias a que Tony mandaba dinero para dicha Institución y se paseaba a sus alrededores.

Más que nada para ver el avance de dicho plantel.

—Quedó prendado. —Le había dicho Virginia, al ver el primero de tantos detalles.

El castaño se negó en un principio, pero ahora, a estas alturas, ya que más daba.

—Cita a Rogers. —Se negó a ver a Pepper—. Voy a darle una oportunidad, no tengo nada que perder.

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El rubio lo besaba con verdadero deseo.

Sintió su espalda tocar la pared y como el gran cuerpo de Steve lo arrinconaba.

Ya estaba grande para estas cosas, pero... ¡Carajo! ¡Que bien se sentía!

—Te amo Tony. —El chico lo miro con una gran sonrisa para después besarlo de nuevo.

Stark era consciente de la diferencia de edad.

Por Dios, él era un empresario de treinta y tantos años y Steve un chico de Universidad... 21 tal vez.

—Steve... Para... —Sintió como la lengua de Rogers se colaba en su boca y lo hacía temblar.

Steve podía ser un novio romántico, tierno, detallista, comprensible, incluso llegó a pensar que era bastante inocente... Ja.

—Tony... Quiero hacerlo. —El menor lo tomó de los glúteos y lo cargo.

Porque a pesar de la edad que tenía, su cuerpo era la copia exacta de un maldito soldado con años de entrenamiento.

—¡Ahhh! —Anthony se derretía ante las mordidas que el universitario daba en su cuello.

Dispuesto a ceder, jalo de los cabellos claros y demandó los labios del joven.

Steve Rogers no veía su dinero, su fama o su apellido.

Al contrario, le sorprendía lo sincero que era con sus sentimientos.

—Steve... —Las manos del rubio no dejaban de acariciar su trasero y las caderas ajenas se movían jodidamente bien.

Era el mejor de los novios, la pareja que todo mundo desearía tener... Pero su Steve no era un cachorro inofensivo.

Su cadera punzó en anticipación.

Ya sabía lo que se venía.

Jodido Rogers y su jodida resistencia.

Una y otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora