Reencuentro

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Las cosas eran más complicadas de lo que un niño podría entender.

Así lo sentía Tony.

A sus 8 años, tuvo su primer amor.

Un joven rubio, de ojos azules, delgadito, bajito y bonito.

Aun recordaba el día en que su vida fue invadida por la familia Rogers.

Su madre, María Stark, había ofrecido la gran mansión como un hogar para la pareja y su hijo.

Asuntos de "Adultos" habían dicho, pero la verdad, era que a Tony no le interesaba.

Él sólo pensaba en esos hermosos ojos azules que lo miraban con ternura.

Steve Rogers tenía 18 años, aun cuando aparentaba menos.

Era un hombre valiente, amable y lindo... Muy lindo.

Tony sentía su corazoncito latir veloz cuando lo veía.

El rubio, por su parte, fantaseaba con alguien que lo quisiera sin importar el exterior.

Anthony lo hacía, sin embargo, era sólo un niño.

Triste y con las ilusiones por los suelos, el pequeño castaño lloro por largas noches en su almohada, tratando de que sus sollozos no se escucharan y de que sus lágrimas desaparecieran.

No entendía que sucedía ni quería saberlo.

Sólo quería ser mayor.

—¿Tan aburrida es mi clase?

El castaño lo miro con una pícara sonrisa, mientras el rubio mantenía una seria mirada.

—En absoluto, profesor Rogers.

Era tan irónica la manera en que la vida se iba tejiendo.

Luego de varios años en los que convivieron, llegó un momento en que tuvieron que separar sus caminos.

Ninguno supo del otro.

Mantuvieron amistades, logros, metas, sueños.

Ambos formaron una vida.

Una vida que muy pronto se volvió a enlazar.

—Tony, no deberías retar al maestro. —Bruce, un chico tímido y al que consideraba como su hermano de la ciencia, negó con la cabeza ante su actitud.

Para nadie era un secreto el gran coeficiente intelectual del Stark.

Si estaba en esa Universidad, era sólo por pasar el tiempo y seguramente llevarle la contraria a su padre.

—No pasará nada, Brucie. —Tony sonrió grande y simplemente dejó el tema.

Claro que no pasaría absolutamente nada...

Cuando cayó la tarde y no había nadie entre los pasillos; en el salón más alejado, un rubio alto y de cabellera, ahora despeinada, disfrutaba de los labios de ese rebelde adolescente.

Sus manos recorrían el cuerpo del joven y su cuello era mordido por el castaño.

El moreno adoraba dejarle mordidas.

—Tony... —Gruño el hombre de ojos claros, mientras tomaba los cabellos oscuros de su amante.

El más joven sonrió con burla.

Las cosas habían cambiado tanto.

—¿Si? —Pintó la inocencia en sus facciones, mientras Rogers parecía devorarlo.

—Soy tu profesor.

—Si, bueno, eso no te ha impedido follarme en tu lindo escritorio.

Sus labios fueron callados por un beso brusco, caliente y húmedo.

Gimió ante la rudeza. Steve era un maldito experto para hacerlo a su voluntad.

—Te amo... —Susurro cerca de su boca esas palabras que tanto quiso decir en su infancia y que no sabía realmente lo que significaban.

Ahora eran consciente.

—Yo también, Tony... Te amo.

Ambos se sonrieron con sinceridad.

Tal vez... Sólo tal vez... Las cosas ya no eran tan complicadas.

Una y otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora