Cada quién lee lo que quiere: ese es el drama.
—No lo olvide, plana 11A.
Como me enrabia recordar la insolente sonrisa de aquel vendedor de noticias. De seguro el muy imbécil ni se imagina las blasfemias que divulga con tanto júbilo; pues de todos es bien sabido que el negocio de los medios son las notas que no publica.
Desde que me jactaba de disque ser un seudo escritor, aunque seguro jamás pasé de ser mas que un simple aplasta-teclas, me instruí en todo tipo de artilugios literarios para maniobrar el cauce de palabras y llevar los textos a arribar a algún puerto cualquiera; pues que importaba lo que en verdad quisiera decir, si cada quién lee lo que quiere leer.
Aún con esas laxitudes narrativas, ante la irritante falta de temas, como tan fraudulento escritor que era, salí a buscar frases e ideas que plagiar. Cuando elegí hurgar entre las notas de un periódico, me aterrorice al intuir la magnitud de control que la prensa ejerce sobre nuestras vidas.
Recordando entonces la recomendación del comerciante, pasé las hojas apresuradamente sin notar las manchas que en las hojas iba dejando. Tal era mi inercia que aun habiendo llegado a la plana 11A, volví a llevarme el dedo índice a la boca para retirarlo bañado en sangre. No comprendí lo que estaba sucediendo hasta que leí el titular —Aumentan suicidios por falta de identidad— con lo cual ya comenzaba a sentirme víctima, pero entonces el desconcierto de tan magnífica artimaña colmo de gozo mi agonía.
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En el club de letras estaban obsesionados con las obras apegadas a la realidad porque decían que éstas humanizaban al permitirles experimentar dramas y sentimientos de los cuales podían compadecerse fácilmente.
Criticado siempre por las tendencias incomprendidas de mis propuestas narrativas, decidí por vez definitiva darles por su lado y demostrarles a su manera que sus disque refinados paladares literarios no estaban a la altura del sublime sabor de mis exquisitos textos.
Aún ni habíamos pasado la primera hoja cuando, halagados por encontrarse cada uno como personajes del drama, embelesados ya comentaban propositivamente de la elegancia del estilo y de su depurada estética.
Avanzadas las hojas y llegados al nudo del relato, por la sensación de estar sobre el escenario, se miraban recelos entre ellos; como si en sus manos estuviera el desenlace del texto.
Cuando en el relato se descubría que la inasistencia de uno de sus personajes al club de lectura, cuya coincidencia con la realidad resultaba bastante terrorífica, se debía a que éste había sido envenenado por el pasar de las hojas de un manuscrito preliminar cuyas esquinas habían sido narcotizadas, uno de los presentes se puso de pie y con los ojos desorbitados posó ambas manos sobre la mesa y empezó a vomitar cántaros de sangre. Estupefactos, todos los presentes, gritaron casi al unísono, —¿qué está pasando?—, cuando otro de ellos se tumbo de su silla retorciéndose conforme expulsaba espuma de su boca.
Entonces, ante tan descortés crítica y para que se tranquilizaran, tuve que adelantarles que todo iba a estar bien porque en el clímax se encontraba el antídoto; aunque deberían tener bien presente que todos los finales jamás son definitivos.
De los paladares literarios. Pasa al texto 17.
Todos los finales jamás son definitivos. Pasa al texto 66.
Cuidado con las historias que no acaban bien. Pasa al texto 21.
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Prométeme que jamás escribirás esto
Short StorySINOPSIS ¿Por qué un collage de microficciones? Por la misma razón que pasan demasiado tiempo las puertas de los refrigeradores abiertas: todos buscamos respuestas, pero quizá no las encontramos por la misma razón que un ladrón no encuentra a un pol...