Favor de mantener sus órganos dentro de su cuerpo en todo momento y lejos de contenedores.
Brota de forma inadvertida desde el fondo de tu pecho una calmante ola de calor que con cautela se contagia por el resto de tu cuerpo. Seducida por el fresco perfume clorofílico, se eriza en vibrante secuencia cada poro, alertando cada nervio de tu piel. En la penumbra creada por el descanso de los párpados, tus ojos recobran sus funciones. Sin referencia que conduzca hasta el inconveniente presente concedes tu incompetencia confiando que al paso de las horas retomarás la vida de como sin nada.
Con acciones premeditadas y en perversa coartada, resbala con sigilo una inocente caricia por tu espalda, mientras una distraída mano roza febrilmente por tus piernas. Entonces se escapa un estremecimiento por tu pecho, dejándose llevar al callejón sin salida de tu cuello donde se estrellan por doquier, y sin cumplir sus destinos, los pares de besos, hasta que la persecución culmina en un tempestuoso combate de labios ardientes y cuerpos fundidos en un acto por demás estudiado.
De pronto una avalancha de nieve te arranca brutalmente del sueño. Trozos de hielo golpean y perforan tu cuerpo sumiéndote bajo una gigantesca manta de nieve. De pronto, en un instante te congelas. Recobras la conciencia de que eso no existe más, que ya no perteneces a ello.
Reconoces que existe una fase simultánea de tu existencia que sigue obstinada en la obsesión de volver otra vez, de recobrar la costumbre y de conformarse en la lúcida réplica de eventos pasados con ligeros desfases y alternancias, como para no aburrir a la mente ni al cuerpo.
Aunque con delicadeza has analizado los indicios y los detonantes de estos episodios, te sorprendes del poder de esta maniatada fijación, pues sobreviene sin inflexiones ni nada que levante ni la más sutil sospecha. Tratas de no cuestionar, no indagar, pues son otras formas de mentir y revolver de manera entrópica la mente. Entiendes que el problema no es alojar algo de mierda, ni desconocer cuanta hay de ella, sino en controlar que no intoxique del todo al pensamiento. Por eso te distraes, te entretienes, tratas de mantenerte al margen. Nada funciona.
* * * * * * * * * * * * *
Como perro que, cuando su amo no está, regresa una y otra vez al último lugar donde lo vio, esa mala costumbre de volver a buscar donde no se encontró antes, nos enseña a visitar el cementerio sin tratar de revivir a los muertos: porque hay hasta prontos que es mejor se conviertan en puntos finales.
Lo irreversible. Pasa al texto 41.
La mala costumbre de visitar el cementerio. Pasa al texto 57.
Reviviendoa los muertos. Pasa al texto 56.
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Prométeme que jamás escribirás esto
KurzgeschichtenSINOPSIS ¿Por qué un collage de microficciones? Por la misma razón que pasan demasiado tiempo las puertas de los refrigeradores abiertas: todos buscamos respuestas, pero quizá no las encontramos por la misma razón que un ladrón no encuentra a un pol...