50 ATLANTES

1 0 0
                                    

Desde hace tiempo que los vivos viven como si nunca fuesen a morir y es por eso que son tan difíciles de encontrar, más ahora que se devoran a sí mismos.

Siempre he sentido unas ganas terribles de no tomarme nada en serio, porque aunque en un principio podamos pensar que la vida es sencilla, al instante siguiente se complica. Trataba de prender un cigarro y en cuanto devolví la mirada al camino, un montón de piedras atravesaban el parabrisas.

El auto se había despedazado. Podía oír como el sonido de la torreta de la ambulancia se agudizaba. No tardaron en socorrerme, a pesar de todo el sedante que me administraron, aún podía sentir como se me intricaba cada músculo, como si se convirtieran en un montón de piedras.

Por alguna razón di con ellos esa mañana. Eran enormes guerreros toltecas esculpidos en piedra basáltica, quienes alguna vez presenciaron a una civilización entera disiparse. Siento haber estado mucho tiempo ahí mirándolos tan estáticos, completamente inmóviles, pero como si trataran de explicarnos algo.

Agonizar, te hace pensar en un millón de cosas, pero nada concreto en sí, puras distracciones, como el que dejé las llaves puestas en el arranque y que por tanto olvidé ponerle seguro al auto; cuando nada de eso importaba ya, pues el auto había quedado completamente destrozado. Estaba perdiendo mucha sangre por las profundas heridas, y sólo podía pensar en que estaba echando a perder mi camisa y se arruinaba mi corbata favorita o que llegaría demasiado tarde e impresentable al trabajo, que por mi mal desempeño sería la gota que derramaría el vaso, me despedirían, ya no tendría como acabar de pagar el auto y ella tendría razón en que no se sentía segura conmigo, porque no me tomaba nada en serio.

Al entrar a cuidados intensivos, todo empezó a ser extraño. La sala estaba iluminada por antorchas y el doctor, que portaba una colorida túnica, me hablaba en una lengua que jamás había escuchado. El sudor se tornaba pegajoso y el violento latir asfixiante. En mi mente sólo estaba la segunda ley de la termodinámica. De pronto me vi todo entumecido y con la piel pálida y grisácea, y en ese momento se me vino a la mente los Atlantes y lo entendí todo. No sucedía nada extraño, todo eso debía ocurrir.

Ahora que soy uno de ellos, pienso mucho en como todo puede cambiar tan de repente —en el accidente—. Me enfoco en cada detalle, desde lo más elemental, me ando con cuidado observando cómo mis pies prevén una piedra o un sutil desnivel. Procuro dar pasos lentos pero parsimoniosos, con extremo protocolo, pues al final he descubierto que así se llega más lejos y menos cansado. Aunque siempre estoy alerta, en cuanto bajo la guardia se dispara un mecanismo automático que me aísla de toda amenaza; me porta de aquel camuflaje inigualable, con esa sólida apariencia de una muralla de piedra.

Volví a sentir esas ganas terribles de no tomarme nada en serio, de volver a como todo era antes. Pero apenas ponía el primer pie en la calle, justo en cuanto se salía del camino un auto a alta velocidad. En ese momento lo entendí todo; no sucedía nada extraño. Quebrado en un montón de piedras, cruzaba el parabrisas hasta quedar frente al volante. Mientras me auxiliaban podía sentir como se me destensaban los músculos. Tan pronto pude, reuní todas mis fuerzas para lograrlo. Sería una lástima que por andar pensando en los Atlantes y en qué pudo haber hecho desparecer a aquella civilización entera, manchará de sangre la corbata que me regaló el día en que me gradué de ingeniería, pensando en que a partir de entonces comenzaría a tomarme las cosas en serio.

* * * * * * *

Esperé a que se hiciera tarde, tratando de despistarla dejando las luces prendidas y el auto en el estacionamiento. Tomé el autobús. Vacío por completo. Me senté en las filas del medio. Miré de reojo entre la cortina. Nadie. Me bajé unas estaciones antes. Podía sentir su pesada respiración cerca. Entré a una calle cualquiera y corrí entre callejones hasta ir a dar al parque. Me esperé un rato mientras recuperaba el aire. Retome el camino al departamento. No sé cómo pudo seguirme hasta ahí. Tomé el ascensor y bajé en un piso equivocado. Subí el resto por las escaleras. Crucé el pasillo casi trotando. Metí la llave en el cerrojo de la puerta. Podía oír el ruido de sus pasos por la escalera. La llave atascada. No gira. Debe andar ya en el pasillo. Abre. Cierro la puerta de golpe y exhalo con alivio. Para mi mala fortuna, ya a mis espaldas, la oigo susúrrame al oído—¿Qué haces aquí?.

¿De qué escapabas? Pasa al texto 67.

Momento de tomarse las cosas en serio. Pasa al texto 5.

Las ganas terribles de no tomarme nada en serio. Pasa al texto 38.

Prométeme que jamás escribirás estoWhere stories live. Discover now