|27|Peces gordos

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#SEVEN#

Por la mañana me junté con Camila a las afueras del colegio. Hacíamos eso todos los días y sin que nadie nos viera juntas porque, si bien Cami era una buena persona, a ella también le afectaba que le miraran feo solo por estar conmigo. Porque, bueno, ¿qué haría una participante de los peces gordos conversando con una ñoña como Gina?

-¡Amiga! -Me gritó Cami sacándome de mis pensamientos y me sacudió en mi lugar señalándo a una camioneta negra que acababa de ser estacionada-, ¡Ya llegó!

Camila me apuntó a Amori, quien venía bajando de la camioneta en que su padre lo venía a dejar.
Amori, a primera vista, era un tipo elegante y sorpresivamente atractivo. Y desde lejos se reconocía que era solo un riquillo más. Nos pilló mirándolo y nos saludó como si fuéramos conocidos de toda la vida. Bueno, solo a Camila.

-Lo quiero para moa -Dijo Camila lanzando un beso al aire como siempre hacía.

Yo guié mi mirada a ella mientras se removía incómoda por la cercanía de Amori. Y si bien, aquel tonto y apuesto chico estaba en mi lista de candidatos a ser diez, preferí alejarme.

-Pero miren que horrorosa imagen ven mis hermosos ojos.

Y bueno, haciendo su hermosa entrada (y arruinando mi salida) se unía a nosotros el pez más grande de todos.

-¿Eres tú señor perfecto? Es que mis pupilas se dilataron sin necesidad de mirarte, aunque tal vez haya sido un derrame interno por tu carencia de cerebro.

-Muy graciosa, babosa.

-¿En serio me has llamado babosa? ¿Acaso tu intelecto no es capaz de encontrar mejores apodos?

-Eres una babosa de pies a cabeza, ¿o acaso lo vas a negar? Mira que te vi mojando los calzones mientras veías a Amori.

-¿Qué pasa, Rusher? ¿Miedo de que te quiten el trono?

-No, nena. Yo fui, soy, y seré siempre el rey. Así que para la próxima que me quieras hablar tendrás que pedir permiso.

Rusher hizo una pequeña reverencia y se fue en dirección a Amori, su mejor amigo. Y ya se habían juntado dos de los peces gordos así que preferí irme a la sala porque yo era el fin de la cadena alimenticia allí.

Me giré en un gesto brusco, quizás demasiado brusco. Abrí mis ojos en grande al sentir que alguien vertía jugo de durazno sobre mi. Y odiaba con toda mi alma el durazno.

-¿Qué pasa contigo? -Pregunté.

-Lo siento muchísimo -Se disculpó. Miré al chico con las cejas hundidas, y que para mayor desgracia se trataba de Oliver-, Puedo prestarte mi sudadera si no tienes de cambio...

-¡Claro que no tengo de cambio! ¿Por qué tendría?

Estuve a punto de decirle que prefería ponerme cualquier cosa pero menos su sudadera, pero el olor del durazno me empezó a provocar asco.

Oliver también pertenecía a los peces gordos.

Se sacó su chaqueta deportiva del colegio, y luego, sin pudor alguno, se quitó la sudadera bajo la mirada de los cientos de estudiantes que pasaban por ahí.

-¿Sabes que te pueden expulsar del colegio si te ven exhibiéndote así?

-Una damisela en apuros justificaría mi acción, ¿no crees?

Recibí la sudadera sin agregar nada más. Fui corriendo hacia el baño y me cambié la prenda antes de que se me hiciera tarde para la primera clase. Miré mi reflejo en el espejo, con la sudadera de Oliver en mi. Me quedaba mal. Pero no tenía nada mas que usar y aunque Oliver haya sido un tonto, fue lo suficientemente gentil como para quedar sin rencores.

Yo Te ConozcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora