|30|Disculpas

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#SEVEN#

Los sábados solía ir a jugar fútbol con el equipo femenino del colegio, dado que eramos partícipe de un campeonato contra otros colegios vecinos. La semana pasada me ausente porque había estado buscando algún empleo en la ciudad que fuera de medio tiempo, o solo los fines de semana. Pero dado que soy menor de edad necesito un permiso notarial firmado por mi madre que me autorice a trabajar. Algo practicamente imposible de conseguir.

Mientras me cambiaba de ropa en el baño, me di cuenta de que aún tenía mis ojos algo rojizos. Sabía que si llegaba así frente a mis compañeros a jugar se darían cuenta del daño que me habían causado la noche anterior, así que me puse unas gafas de sol para intentar ocultarlo los primeros minutos.

Llegué hasta el paradero, suponiendo que el microbús pasaría en cuatro minutos más. Revisé las notificaciones de mi celular, habían dos mensajes de Oliver y cinco de Amori.

Oliver (07:44 am): Hola, soy Oliver y este es mi número.

Oliver (07:44 am): ¿Vendrás hoy al partido? Necesitamos hablar.

Gina (09:02 am): Voy en camino.

¿Hablar sobre qué? Ni la menor idea. Seguramente alguien ya le había salido con el chisme de lo que pasó en su ausencia.

Amori (02:14 am): ¿Estás bien?

Amori (07:29 am): Anoche intenté seguirte pero te perdí entre la gente.

Amori (07:56 am): ¿Irás hoy a jugar? Necesito hablar contigo.

Amori (08: 01 am): Me siento culpable, debí haberte defendido y no quedarme mirando como un imbécil.

Amori (08: 23 am): Gina, por favor, contesta.

Me quedé mirando sus mensajes sin saber muy bien que responder. ¿Qué podría decirle? Él no tenía la culpa. Simplemente no hizo nada. Y hacer nada fue un error. Es algo confuso.

-¿Piensas dejarme en visto?

Me puse de pie de un salto cuando la voz grave y de acento cubano me habló sobre el oído. Miré a Amori perpleja y apagué mi celular de inmediato.

-Es malo espiar conversaciones ajenas.

-No son ajenas si son mis mensajes.

Amori se cruzó de brazos. Venía con el uniforme negro del equipo y una gorra negra para evitar que el sol le llegara directamente a los ojos.

-¿Qué haces aquí? -Pregunté sabiendo que él vivía muy lejos.

-Necesitaba saber que estabas bien.

El microbús llegó en ese momento. Primero pasé yo pagando mi pasaje y Amori me siguió hasta uno de los asientos vacíos en el fondo.

Con Amori muy pocas veces habíamos compartido. Él seguía la regla de no acercarse a mí que había existido desde octavo básico, y a mi nunca me había importado lo suficiente como para intentar ser su amiga. Solo eramos compañeros, que a ratos se odiaban, que a ratos se ignoraban, y así.

Me quedé observando el perfecto perfil que el cubano sentado a mi lado tenía. Daba la impresión de tener su mandíbula tensa gran parte del día, y su nariz simétrica caía con elegancia sobre sus labios de un gran grosor y color rosado. Se giró a verme con esos enormes ojos verdes e hizo una mueca al darse cuenta de mis gafas.

-¿Por qué...? -Preguntó al aire. Yo sabía que él se refería a mis gafas negras. Quería saber por qué las tenía puestas. Quería saber si era porque había llorado toda la noche o solo porque había mucho sol. Pero al dejar la pregunta en el aire, supe que lo siguiente era averiguarlo por su propia cuenta. Intentó quitármelas con delicadeza, pero lo frené con cierta vergüenza de que al comprobar su hipótesis sintiera aún más lastima por mí.

Yo Te ConozcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora