Capitulum XXVII

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Mi corazón comenzó a latir rápidamente dentro de mi pecho. Me quedé helado y rígido observándolo. Me aferré al casete que tenía en mis manos, asimismo él entraba olvidándose de cerrar la puerta y caminaba hasta donde yo me encontraba.

—¿Cómo te sientes? —la pregunta con su voz firme me hizo sacudir.

Relamí mis labios, buscando una respuesta coherente. Pero nada de coherencia había ahora en mi pobre vocabulario. Inquieto, tragué en seco cuando se acercó y se posó al lado mío, sus oscuros ojos mirándome fijamente y poniéndome incómodo en un azar de segundos. Seguía sin comprender, en, como yo había estado tan alejado de esos hermosos ojos que preocupantes, esperaban por mi réplica.

—Un poco mejor—le respondí, sin expresión alguna y mirándolo atento. Parecía que cada uno de sus movimientos eran aprendidos por mi cerebro ahora.

Había pasado mucho tiempo desde que tuve a Maneol tan cerca.

Su característico aroma inundó la habitación. Menta. Lo miré, miré cada centímetro de él, guardándome sus pequeños aspectos en algún rincón de mi cabeza. Su cuello musculoso, su rostro cuyas facciones eran fuertes, la poca barba que apenas estaba creciendo en su mentón, sus pobladas cejas negras y sus finos labios rosados. En los pasos de segundos, vi, como yo solía perderme en sus rasgos todos los días. Pero también noté una increíble diferencia al acto. Antes, en mi pecho se consumía una cantidad de sensaciones indescifrables que disparaban hacía mi corazón, enloqueciéndolo cada vez que lo miraba, porque todo de él me volvía loco, incluso cuando dormía o no estaba haciendo exactamente nada. Pero ahora, noté que esas sensaciones ya no estaban en mi pecho, solo había dolor y preocupación. Dolor por todo lo que me hizo y preocupación por volver a caer de nuevo.

Tenía un nudo en mi garganta y una vocecilla que me llevaba a enloquecer, miles, mejor dicho, millones de preguntas se formularon en mi cabeza al instante y el saco pesado en mi espalda que piedras llevaba, se fue rompiendo y aquellas cayeron de a poco en poco.

—Siento todo lo que te ha ocurrido, Jungkook—murmuró entrecortado—. Sigo sin entender que te sucedió.

Moví mis labios para responder, pero no pude. Otra vez, me había quedado sin palabras. Pero lo miré de costado y me acerqué a él.

—Tu... ¿Tú me trajiste esto?—le pregunté ignorando su primer diálogo, levantando como un loco preso de la intriga, el casete y tendiéndole.

Maneol, confundido, lo tomó entre sus manos y desconcertado, levantó una ceja.

—No.

Abrí mis ojos con sorpresa, sintiendo esa chispa de desilusión salir por la boca. Había sido muy irreal que Maneol, la persona que yo conocía más que su propia familia y el chico que prefirió marcharse hacía un "mejor camino"—y yo lo citaba entre comillas porque eso era lo que me dijo—, me haya estado visitando y dejando estos casetes junto a las flores. Solté una risa incrédula, ¿tan desesperado estaba por ser amado? ¿por tener una mínima esperanza en el amor? Miré al techo sonriendo y buscando explicaciones del porqué había soñado con Maneol cantándome y visitándome, era muy claro que el jamás haría eso, como cantarme por ejemplo. Nunca lo hizo. ¿Por qué tendría que haberlo hecho ahora? Nadie cantó para mí. Y yo siempre quise, desde lo más profundo de mi alma, que alguien me cantara.

Pero yo siempre canté estrofas, versos de amor y melodías del alma, y nunca—créanme que lo repetiría cuantas veces fuese necesario recordar mi miseria—, alguien lo hizo para mi.

Leí por ahí, que todo lo que soñamos eran deseos o miedos reprimidos en el inconsciente que solo por ese momento se vuelven conscientes. Y llevándome de eso, podía explicar con claridad el porqué yo había soñado con Maneol cantándome.

Signum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora